Por Federico Di Pasquale
El 31 de diciembre se nos presenta, una vez más, como la frontera entre el fin y el comienzo, entre el pasado que dejamos atrás y el futuro incierto que nos aguarda. Las luces de la fiesta, las cuentas pendientes, las promesas de cambio y de renovación, se cruzan con las sombras alargadas de un país que no termina de encontrar su rumbo. En esta Argentina donde la derecha avanza, los discursos de odio se multiplican y la desigualdad se agiganta, ¿qué puede esperar el pueblo para el año venidero? ¿Qué puede esperar la clase trabajadora, las mujeres, los abuelos, aquellos que no encuentran un futuro en la rueda de un sistema que los condena a la marginación y la pobreza?
En el umbral del 2025, la situación política no invita al optimismo. Las elecciones legislativas, que se celebrarán en octubre, serán un termómetro de una crisis profunda que atraviesa la política argentina. La opción de un país bajo el imperio de la especulación financiera, como propone Javier Milei, líder de “La Libertad Avanza” (LLA), se presenta como un peligroso salto al vacío. La promesa de “liberar la economía”, el sueño neoliberal de una sociedad sin regulaciones, donde la ley de la oferta y la demanda sea la única que determine el destino de las personas, es un espejismo que oculta la realidad: la concentración de riqueza, el ajuste brutal a los sectores más vulnerables y el colapso de los servicios públicos.
El avance de la derecha: un riesgo existencial para las mayorías populares
Si la LLA logra imponerse en las urnas, los sectores más humildes serán los grandes derrotados. El triunfo de Milei no sólo significaría un avance de la derecha, sino la legitimación de un modelo económico que favorece a los especuladores y a las grandes corporaciones, mientras deja en la indefensión a los trabajadores y a las clases populares. La reducción del Estado, el recorte de las pensiones y las políticas de privatización de la salud y la educación son sólo algunos de los puntos del programa de Milei que más amenazan a los sectores más vulnerables de la sociedad argentina. Las mujeres, las que luchan día a día por sus derechos, se verían también afectadas, con el retroceso en políticas de igualdad y el desfinanciamiento de políticas públicas de género que tanto han costado construir. En cuanto a los abuelos, aquellos que son el pilar de tantas familias humildes, el ajuste sobre las jubilaciones y pensiones podría ser el golpe final a sus ya precarias condiciones de vida.
Frente a este panorama sombrío surge la pregunta: ¿es posible evitar este destino? ¿Es posible que el pueblo argentino logre frenar el avance de la derecha y las políticas que siempre lo han dejado atrás? La respuesta no está en manos de unos pocos. No es sólo en las urnas donde se deciden los destinos de los pueblos, sino en las calles, en las plazas, en cada uno de los espacios donde el pueblo organiza su resistencia.
La crisis del peronismo: una oportunidad perdida
Pero no todo el peso de la historia recae sobre las espaldas de la derecha. La crisis del peronismo, esa tradición política que en algún momento logró canalizar las luchas populares y las demandas de justicia social, se presenta como uno de los grandes problemas de la política argentina. Hoy, el peronismo parece atrapado en una parálisis autoinfligida, incapaz de ofrecer una alternativa real a las demandas de la sociedad. En lugar de constituirse como un frente popular capaz de hacer frente al avance de la derecha, el peronismo se encuentra dividido, inmerso en luchas internas que sólo logran profundizar la desconfianza de la población.
En 2025, el peronismo no está en condiciones de ofrecer algo nuevo, algo que conmueva, algo que impulse una renovada movilización popular. A lo largo de los últimos años, el kirchnerismo no ha sabido reconfigurar un proyecto que conecte con las urgencias del pueblo trabajador. El relato de “la resistencia” y la “gobernabilidad” parece haber quedado vacío de contenido y no ofrece respuestas a las grandes preguntas del presente. ¿Qué proyecto de país tiene el peronismo más allá de la lógica de la gestión política? ¿Cómo puede, una vez más, convertirse en una fuerza transformadora si no es capaz de responder a las demandas más sentidas por las clases populares? Las promesas de “justicia social” y “equidad” parecen haberse desvanecido en la rutina de un gobierno que no se atrevió a dar el salto necesario.
El pueblo como sujeto de su propia historia
En este 31 de diciembre, cuando las luces de la fiesta brillan y las horas corren hacia un nuevo ciclo, la reflexión debe ir más allá del brindis y la esperanza vacía. Es necesario pensar en las luchas cotidianas que no se ven en los titulares, pero que son las que definen la realidad del país. Las mujeres que siguen luchando por sus derechos, por el aborto legal, seguro y gratuito, por la paridad y la justicia salarial, por una vida libre de violencia. Los trabajadores que cada día ven sus condiciones de vida precarizadas y que sin embargo siguen organizándose para defender sus conquistas. Los abuelos, que sostienen con dignidad la lucha por sus pensiones y por un sistema de salud que los respete como sujetos de derechos.
Y es que, al final, lo que el pueblo necesita no es sólo un cambio de caras, no es sólo un reemplazo de dirigentes. Lo que el pueblo necesita es una profunda transformación de las estructuras que lo mantienen subyugado. No se trata sólo de ganar elecciones, sino de ganar las calles, de ganar la conciencia de las grandes mayorías que aún no han encontrado un camino claro hacia la liberación. En este sentido, el año nuevo no debe ser sólo una promesa de que todo cambiará, sino un recordatorio de que las grandes transformaciones sociales nunca se dan desde arriba, sino desde el corazón del pueblo, desde su organización y su lucha constante.
El desafío de 2025
En 2025, las clases populares no podrán esperar que los grandes partidos les ofrezcan respuestas mágicas. El desafío estará en la capacidad del pueblo para organizarse, para articular una nueva propuesta de país que surja desde sus propias entrañas. Necesitamos un proyecto popular y democrático, que sea capaz de enfrentar los intereses de la oligarquía y de construir un modelo económico y social donde los trabajadores, las mujeres, los pueblos originarios, los jubilados, sean los verdaderos protagonistas.
Así, mientras la cuenta regresiva para el 2025 sigue su curso, la reflexión sobre el futuro debe ser crítica y audaz. Las clases populares deben dejar de ser espectadoras pasivas y tomar en sus manos el futuro del país. La resistencia, la movilización, la organización desde abajo, son las únicas respuestas posibles. El 31 de diciembre no será solo un brindis; será el momento de trazar el camino hacia un futuro mejor, un futuro donde la justicia social no sea solo una promesa vacía, sino una realidad conquistada con sangre, sudor y lucha.
*Licenciado en Filosofía