Mariana Dopazo, la desobediente ex hija del genocida Etchecolatz

Por Ailín Colombo

Mariana Dopazo renunció a ser hija de la muerte. Se desafilió del represor Miguel Etchecolatz y forma parte de “Historias Desobedientes”, una organización inédita en el mundo. Se trata de ex-familiares de genocidas de la última dictadura que repudian su accionar represivo. 

Para ella, levantar la bandera de “Memoria, Verdad y Justicia” se trata de un acto desobediente con los mandatos familiares de los que nunca se sintió parte. Se cambió el apellido en 2016, marchó contra el 2×1 a genocidas y se reunió con Chicha Mariani. Conocé el camino de Dopazo en la “desafiliación con el horror”.

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Infancia

Mariana nació el 12 de agosto de 1970 en Avellaneda. Pasó su infancia en dictadura, en “sufrimiento permanente”, así definió esa etapa en una carta abierta publicada en Garganta Poderosa. En varias oportunidades declaró que, junto a su hermano y dentro de un armario, rezaba y pedía a Dios que su progenitor muriera para que no regresara a su casa. 

El represor era “cruel y castigaba fuerte”, manifestó Dopazo en la carta, y que luego, en su perversidad, los culpabilizaba por la violencia que ejercía: “mira lo que me haces hacerte”. Su madre pudo separarse recién con la primera condena a prisión en 1986, le temía a sus amenazas, “si te vas, te pego un tiro a vos y a los chicos”, la intimidaba. El día de su muerte, su ex-hija lo definió como un ser “narcisista, una persona sin bondad, impenetrable”.

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¿Quién fue Etchecolatz?

Miguel Osvaldo Etchecolatz fue uno de los elementos más perversos de la dictadura. Se desempeñó en esos años como Director de Investigaciones de la Policía Bonaerense. Además, fue mano derecha del general Ramón Camps, quien puso a su cargo al menos viente centros clandestinos de detención de la provincia de Buenos Aires.

Fue condenado por diversos delitos de lesa humanidad en 1986, 2004, 2006, 2014, 2016, 2018, 2020 y 2022. Estuvo involucrado en la desaparición de los jóvenes de “La Noche de los Lápices” y es el principal sospechoso por la segunda desaparición de Jorge Julio López en 2006. 

Jamás mostró arrepentimiento, es más, se regocijó hasta su muerte por su papel en la dictadura. En los juicios en su contra, optó por un comportamiento cínico: dijo poder aportar datos de la desaparición de la bebé apropiada Clara Anahí, pero decidió callar; en 2014 fue fotografiado con un papel que decía “Julio López secuestro”; y en 2020 se colgó un cartel con la frase “Señor Jesús, si me condenan será porque defendí tu causa”.

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La ruptura con el horror

A Mariana, su vínculo no elegido con Etchecolatz la persiguió durante mucho tiempo. Ese apellido, bañado con sangre, era un peso inmenso. Le retiraban el saludo, la bochaban de los exámenes en la universidad donde estudió psicología, según contó a Revista Anfibia. Aficionada a la fotografía, moría por ir a las marchas de Madres en Plaza de Mayo, asistía de manera anónima para tomar fotos.

En 2014 se presentó ante la justicia para cambiar su apellido por el materno. Se lo concedieron en 2016, diez años después de la primera perpetua a Etchecolatz. Ese fue el cierre del proceso personal, de su desafiliación con el horror y romper ese parentesco que nunca sintió genuino.

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Historias desobedientes

“Historias Desobedientes” fue la voz inesperada que se alzó contra el intento de reducción de penas a genocidas mediante la conocida como Ley del 2×1 en 2017. Se trata de la agrupación conformada por ex-hijos y ex-familiares de represores que abrazan las banderas de los derechos humanos. 

En aquella masiva manifestación contra la aplicación de 2×1 a condenas de lesa humanidad, la primera de Mariana como Dopazo, los y las desobedientes trasladaron su rechazo al genocidio cometido en la última dictadura a la esfera pública. 

 “La potencia política de las ex-hijas y ex-hijos de genocidas tiene esta característica: el repudio más íntimo, el último cobijo que no tienen y se inscriben en la línea de memoria y fundamentalmente de justicia”, explicó Mariana durante una entrevista con Canal Encuentro.

La categoría de “desobedientes” busca rechazar el mote de víctimas. Los ex-hijos entienden que las víctimas son las de los delitos de lesa humanidad y que ellos, con su rebeldía, buscan repudiar esa “herencia genocida”. “Con nuestro testimonio como ex-hijas venimos a decir que se puede ser otra cosa, que no estamos enganchados a un destino trágico”, reflexionó en Encuentro.

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El encuentro con Chicha Mariani

Etchecolatz se llevó a la tumba el secreto del destino que los represores le dieron a Clara Anahí tras asesinar a su madre y secuestrarla en noviembre de 1976, cuando tenía tres meses de edad. Su abuela Chicha Mariani murió buscándola.

Mariana contó a Página 12 que Chicha la contactó para preguntarle si tenía información sobre su nieta. Ese encuentro íntimo, mediado por té y bizcochitos, no pudo aclarar las dudas de la Abuela de Plaza de Mayo, pero sí conmover a Mariana. Chicha le manifestó que la conmovió su proceso y valentía. 

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Abrazo a la lucha por el Nunca Más

Hace unos años, la hoy docente universitaria y psicoanalista se tatuó una estrella roja como símbolo de quién es. “Estrellita roja” era el apodo que le pusieron de niña sus hermanos por su rebeldía. Mariana supo resignificar su historia, dejar de permitirle al represor seguir siendo su padre y crear un camino de solidaridad con la lucha por los derechos humanos.