|Por Paula Farbman
¿Me convidás una seca?, pregunta un chabón que pasa con su perro, nos relojea y tira el mangazo. Hoy no, responde mi amiga. A todas nos incomoda la presencia de varones cis en medio de la marcha, así como también los posteos en Instagram de aliado – progresistas que quieren quedar bien para la ocasión. Obstaculizan el paso, y no es porque no se quiera que sean parte de esta lucha, pero, como diría mi madre: cada cosa en su lugar.
No hay señal y la calle es un mar de gente. Hay mucha más convocatoria que, por lo menos, el año pasado. Con la baja de casos, la calle y los espacios de encuentro están cada vez más llenos, y sentir nuevamente esa masa de mujeres, emociona. Hay abrazos, sonrisas, selfies. Pieles al descubierto, con pañuelos, con tatuajes, con glitter. El rayo de sol en contra me enceguece de camino al Congreso, y ahí vamos.
Otro 8M donde miles de mujeres y disidencias reivindicamos nuestro lugar en este mundo roto que nos abusa y mata sistemáticamente. Atraviesa la marcha la reciente noticia de la violación grupal ocurrida en Palermo. Fue noticia, pero no novedad. Sabemos que pasa todos los días, en barrios de todo el país, a escondidas, en familia, en silencio. Perpetuo silencio, pacto de machos. Da asco y da miedo, pero, citando la canción que coreamos todas: nos crecieron alas.
Niñas, adolescentes, adultas, ancianas, vamos todas juntas, sublimando el dolor con alegría. Una banda de sikuris mujeres aparece de repente y me alegra el corazón: se puede marchar bailando. Aprendimos a resistir con mucha dignidad, hermanándonos para que nos dejen de juzgar mediante los Santos Evangelios.
Santo será el día que nos dejen ser libres.
Es ley. Lo dicen los miles de pañuelos verdes que venden en puestos improvisados cada dos metros. Un símbolo de la victoriosa ley de aborto es también el merchandising por excelencia de esta movilización. Todo es verde y violeta, y se vende. El feminismo ha crecido muchísimo en los últimos años y trajo consigo algunos oportunistas que aprovechan el disfraz de turno para hacer negocios o buscar fama. Y sí, contra eso también luchamos.
Luchar cansa, pero a la vez fortalece y revitaliza saber que somos cientos de miles, reafirmando nuestro lugar en el campo de lo social, político y económico.
Somos madres, trabajadoras de la tierra, artistas, científicas, cartoneras y más, que movemos al mundo con nuestro trabajo, y es hora de ser reconocidas en igualdad de condiciones por eso.
Vamos y venimos en grupo. Alguna se pierde para sacar fotos o pegar un cartel. En el medio, me cruzo con compañeras, y en el encuentro la mirada cómplice de saber por qué estamos ahí: buscamos a Lichita y a Tehuel; queremos saber dónde están las pibas que desaparecen; pedimos justicia por las que no están y no queremos ni una muerta más. Por eso la marcha, por eso resistimos, por eso y más: no hay nada que festejar.
Es una de las pocas noches que camino segura en Avenida de Mayo buscando la parada del bondi, porque la calle está llena de pibas. Vuelvo a casa, con las piernas cansadas y la frente jamás marchita.