Por David Pike
Se acercaba fin de año, la crisis avecinaba un diciembre caliente y la por entonces ministra Patricia Bullrich advertía, “no vamos a permitir que nos generen climas armados políticamente”.
En la madrugada de aquel 22 de noviembre de 2018, se corrió la voz de que había una toma de tierras y Ronald soñó con un lugar propio para sus seis hijes. La bonaerense de Ritondo cumplió con la advertencia de Bullrich y sacó a los tiros a las y los ocupantes de aquel descampado en Puente 12, partido de La Matanza. Orellana quedó tirado en el suelo con una bala de plomo que impactó en su espalda y salió por su cara.
Rodolfo “Ronald” Orellana tenía 36 años, vivía en Villa Celina, era trabajador textil de la economía popular y militante de la OLP. Al momento de ser asesinado, estaba confeccionando guardapolvos escolares con sus compañeres de la cooperativa. La causa duerme, a falta de testigos no avanza, todos saben de donde vinieron los disparos y más de uno señaló a una policía rubia, pero parece que el miedo puede más y nadie quiere testimoniar contra la maldita bonaerense.
El déficit habitacional castiga al conurbano bonaerense, sólo un milagro hizo que en Guernica no haya habido otro Orellana. Aunque Kicillof y Vidal, son muy diferentes, en esto se parecieron demasiado.
Aquel mensaje intimidatorio de Bullrich fue la antesala de un crimen de clase contra aquellos/as que en el diciembre caliente del 2017 le habían puesto un freno con 400 toneladas de piedras en la puerta del Congreso a las reformas neoliberales que desde el gobierno quisieron impulsar. Orellana pagó con su vida el intento del Estado por frenar otro diciembre caliente más.
Imagen de portada: Emiliano Guerresi