Por David Pike // Arte Emiliano Guerresi
En clases de Cívica, cuando enseño la Ley Sáenz Peña de 1912, siempre hablo de la Semana Roja y de Simón Radowitzky. Siento necesario plantear que la obtención del derecho democrático que concedió esta ley, no se puede comprender, entre otras cuestiones, sin conocer el contexto de crisis social y violencia con el cual se desarrollaba la lucha de clases.
Si es importante para los estudiantes secundarios, debería también serlo para el movimiento popular, como el debate sobre qué hacer con Ramon Falcón, el asesino jefe de policía. A 112 años del atentado que terminó con su vida y en el día que se expresará la voluntad popular con las elecciones legislativas, vale recordar este proceso clave para nuestro presente.
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La Semana Roja de 1909 comenzó un 1ro de mayo, cuando las organizaciones sindicales se movilizaron para conmemorar el día de lucha. La marcha llevada adelante por las y los trabajadores organizados en la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) fue duramente reprimida por la policía, conducida por el Coronel Falcón; los enfrentamientos dejaron un saldo de doce obreros muertos.
La respuesta del movimiento de trabajadores y trabajadoras ante la masacre fue la huelga general, y la del Estado profundizar la represión con detenciones, cierres de locales y prohibición de reuniones. Los reiterados enfrentamientos aumentaron el número de caídos; sin embargo, las y los trabajadores lograron imponer por primera vez sus condiciones a un gobierno (Iñigo Carrera, 2004).
El debate dentro del movimiento popular fue el objetivo de la huelga general. Los primeros en plantear esta medida fue el Partido Socialista unas horas después de la masacre. Los socialistas mantenían cierta influencia dentro del movimiento, pero esta se encontraba diezmada producto de una ruptura en la que gran parte del sector obrero del partido se había alejado formando su propia corriente: el sindicalismo revolucionario. Una corriente importante para la historia de las y los trabajadores, y clave en la formación del peronismo.
Mientras el Partido Socialista reclamaba la renuncia de Falcón, los sindicalistas revolucionarios de la Unión General de Trabajadores (UGT), los anarquistas de la FORA y los sindicatos autónomos, que al día siguiente de la masacre habían acordado también impulsar esta huelga, reclamaron la apertura de todos sus locales, la liberación de todos los detenidos y la abolición del Código de Penalidades.
Las principales corrientes del movimiento obrero nada plantearon sobre la renuncia de Falcón, poco importaba las modificaciones al interior del Estado burgués. Para ellos, “lo conveniente y útil sería eliminarlo, para que ello sirviese de ejemplo y tuviese la virtud de morigerar a los que le sucediesen”, planteaban en su prensa “Acción Socialista” los sindicalistas revolucionarios, un mes y medio después de la huelga y cinco meses antes de que sus planteos se hiciesen realidad (Belkin, 2018).
Entonces, el 14 de noviembre de 1909, cuando el joven ucraniano Simón Radowitzky hizo volar por los aires al Coronel Falcón con una bomba que destrozó su carruaje, lo hizo en el desarrollo de estos debates. Y si bien luego de los hechos, muchos patalearon, prontamente su libertad se volvió una de las reivindicaciones que nunca podía faltar ¿Quién podría en estos días animarse a reclamar la libertad del asesino del jefe de policía?
Alfredo Palacios, diputado por el Partido Socialista, calificó el hecho para el diario La Nación como un “acto instintivo salvaje…frente a él es menester proclamar la oposición razonada”, mientras que los sindicalistas revolucionarios describieron el hecho como un “ajusticiamiento” y afirmaron “que el Jefe de Policía pagó su deuda con el proletariado”. Las fuerzas sindicales, a pesar de que su conducción dejó de estar en manos de los anarquistas años después, nunca dejaron de reclamar el indulto de Simón.
Finalmente, fue el primer presidente democrático, Hipólito Yrigoyen, en su segundo gobierno quien le concedió la libertad a Radowitzky. Corría el año 1930, faltaban pocos meses para que el primer Golpe de Estado se diera en nuestro país, iniciando un ciclo de continuidad de interrupciones dictatoriales al régimen democrático.
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Simón vengó al movimiento obrero y a sus compañeros anarquistas, soñaba con hacer la revolución y destruir al Estado burgués. Pero sin que se lo propusiera, colaboró con el inicio de la democracia y esta le devolvió el favor, concediéndole su indulto. Su libertad fue una conquista de aquel movimiento de trabajadores que no reclamaba el sufragio universal, pero que su sanción (limitada a los hombres) fue producto también del desarrollo de sus luchas.
Así como las y los trabajadores movilizados el 17 de octubre de 1945 no se proponían restablecer el sistema democrático con todas sus garantías, las y los trabajadores de principios de siglo tampoco se propusieron conquistar la voluntad popular, pero no por ello dejaron de contribuir con sus luchas a la sanción de la Ley Sáenz Peña.
La élite política y económica del Partido Autonomista Nacional, que dirigía al país desde su conformación, prefirió poner en riesgo su control del poder político y disputar mediante el voto popular la conducción del Estado que perder su poder económico. Si bien los sindicatos conducidos por las corrientes revolucionarias no eran aún movimientos de masas, su radicalidad y su capacidad de acción amenazaba al sistema social imperante.
Por ello, un día como hoy que volvemos a votar coincidiendo con el 112 aniversario del atentado a Falcón, vale la pena recordar esta historia, para que, como decía Walsh, las lecciones no se olviden y ninguna lucha comience separada de la otra.