|Por Leo Marcote
Había pasado un año del golpe militar y la dictadura parecía invencible. El destino de miles de secuestrados iba muriendo en el más hondo silencio de sus secuestradores. Los militares no imaginaron que aquellas madres desesperadas por saber sobre el destino de sus hijxs serán la resistencia más fuerte que tendrían. Las “locas”, como les decían para desprestigiarlas ante la sociedad, fueron las primeras que se animaron a enfrentarlos cara a cara, marchando frente a la casa de gobierno. Esas madres, que ellos bastardeaban ocultándoles la verdad sobre sus hijxs fueron las que comenzaron a denunciar las desapariciones y de ese modo, junto a las organizaciones revolucionarias, dieron a conocer al mundo el plan ilegal y sistemático de desaparición de personas.
Luego de varios encuentros planificando acciones, las madres tomaron ladecisión más importante como grupo, marchar en la Plaza de Mayo fue el puntapié inicial para desgastar a la dictadura. El sábado 30 de abril de 1977 fue la primera ronda que hicieron alrededor de la pirámide que se encuentra en el centro de la Plaza de Mayo. El resultado no fue el esperado porque eligieron un día de poca circulación de gente. Ahí mismo pensaron otra estrategia. Volvieron a marchar todas juntas el jueves siguiente.
“A partir de ese día no paramos más”, cuenta Juana de Pargament una calurosa tarde de diciembre de 2008. Juanita fue tesorera de la Asociación Madres de Plaza de Mayo y marchó hasta el final de sus días pidiendo por la aparición de Alberto, su hijo, y de los 30 mil detenidos-desaparecidos. Murió el 26 de febrero de 2016, a los 101 años. Su última ronda fue el 14 de enero de ese mismo año.
Alberto fue secuestrado el 10 de noviembre de 1976, era médico y militante. A partir de ese día Juanita volcó toda su fuerza a la búsqueda de su hijo. Nunca más tuvo noticias sobre su destino. “Pero sabes qué…”, cuenta con su pañuelo blanco en la cabeza, “no sé si es algo que tenemos las mamás, pero yo siento que me acompaña todos los días. Lo siento en los huesos, cuando camino, en momentos que me las vi mal, él está al lado mío siempre. Esa sensación de que está conmigo es como un motor que hace que siga adelante“.
Las madres, en la locura de haber perdido lo más hermoso de sus vidas, se animaban a todo. En los momentos más oscuros, donde el plan de aniquilación se estaba llevando a cabo, ellas no pararon. Si querían llevarse a una detenida, iban todas. Si a una le pedían los documentos, todas lo entregaban. Los
tiempos de búsqueda en soledad habían terminado.
Juanita fue una de las primeras madres que caminó junto a Azucena Villaflor de De Vicenti. De a poco, las madres se fueron haciendo fuertes, se juntaban en distintas casas, en iglesias. Querían ser escuchadas y gritar a cuatro vientos lo que les había pasado. Escribían en papeles que dejaban en distintos lugares contando su tragedia, denunciando lo que estaba pasando con los detenidos. Las madres tuvieron la esperanza durante muchos años de que sus hijxs regresaran. Juanita dejaba anotado en un papel dónde estaba, por las dudas de que Alberto volviera y justo ella no se encontrara en la casa.
“Al no volver es cuando salió algo que tendría un nombre, un sentimiento muy fuerte y una determinación, lo voy a buscar. Y entonces salí a la noche a golpear puertas para saber por lo menos donde estaba”.
Una de las responsables de que el grupo se formara y tomara fuerza fue Azucena. Ella incentivó a sus compañeras a que ya no servía ir a las comisarías o a los Ministerios. Mucho menos a la iglesia. Azucena se dio cuenta que yendo de a una no iban a conseguir nada, no las escuchaban. Debían estar unidas para enfrentar a la dictadura. De a poco, con el correr de los meses, comenzaron a hacer más.
“A terroristas y subversivos no podemos ayudarlos”, le dijo una vez un sacerdote a las madres que iban semanalmente a la parroquia Stella Maris. “Ahí fue cuando una madre capaz, inteligente y militante, como Azucena nos dijo que así no podíamos seguir porque detrás de la sotana había botas y nunca nos iban a dar respuesta. Teníamos que ir a la Plaza de Mayo porque ahí estaban los que se llevaron a nuestros hijos. ‘¿y ustedes qué hacen aquí paradas?’ hay un decreto del gobierno que prohíbe reunirse. Ustedes tienen que circular, si ustedes no circulan las llevamos”, les dijo la policía a las primeras madres que se encontraban en la plaza. “Después de eso, nos vallaron la Plaza de Mayo. La recuperamos por la fuerza tirando las vallas y enfrentándolos”.
¿Cómo nace el pañuelo blanco?
—Queríamos hacernos visibles en la marcha que se hace a Luján todos los años. Entonces muchas madres saldrían de distintos puntos. No salimos todas juntas. Entonces de alguna manera debíamos reconocernos. Ahí dijimos pongamos un pañal de nuestrxs hijxs en la cabeza. Después el pañal fue convertido en pañuelo y es el que usamos hasta el día de hoy. Es todo un símbolo.
¿Qué representa venir todos los jueves a Plaza de Mayo?
—Es un deber de conciencia, un compromiso de lucha en nombre de nuestros hijos queridos. No la dejamos y no la dejaremos. Nuestro sentimiento se siente herido si ese día por algún motivo no vamos, sentimos que algo nos falta y hasta nos lamentamos no poder caminar con nuestras compañeras. Yo estoy desde el principio y tengo 94 años y prometo, en la medida de lo posible, seguir luchando. Vale la pena por nuestros hijos, por lo que es este país. Tenemos que luchar. En nombre de nuestros queridos seres que se llevaron.