El 22 de marzo decenas de centros comunitarios en todo el país celebran un nuevo cumpleaños de Martín Cisneros, asesinado por un puntero narco en el barrio de La Boca. De ese modo, la UTEP y el Movimiento Popular Los Pibes mantienen en alto su memoria. Esta es la historia del Oso: desde el internacionalismo en Nicaragua hasta la promoción de las cooperativas de trabajo surgidas tras la rebelión popular hace más de 20 años atrás.

Por Pablo Solana* 

De Martín Cisneros, el Oso, se supo públicamente después de su asesinato la noche del 25 de junio de 2004 a manos de un puntero narco, protegido de la Policía Federal. Más precisamente, después de la toma de la comisaría 24 de La Boca que se desencadenó al confirmarse su muerte. La reacción popular dio lugar a una acción extremadamente audaz, de consecuencias impensadas: es un hecho inédito en la historia del país que una pueblada haya logrado ocupar una comisaría y mantenerla bajo control popular durante toda una noche, hasta entrada la mañana del día siguiente. La toma tuvo en vilo al barrio y al país. La acción había implicado la expulsión de los agentes policiales y el bloqueo de puertas y ventanas. Afuera, las fuerzas de seguridad dispusieron, en las terrazas vecinas, francotiradores que apuntaban a los rebeldes. Solo al confirmarse la detención del asesino del Oso durante la mañana siguiente al crimen, vecinos y militantes devolvieron el lugar. Lo primero que hizo la policía al retomar el control fue verificar que no se hubieran llevado las armas. El asesino de Cisneros fue juzgado y condenado, pero también fueron juzgados quienes estuvieron al frente de reacción popular.

La toma de la comisaría derivó en acusaciones de sectores reaccionarios que alertaron sobre el regreso de un tipo de militancia extemporánea, violenta. Para contrarrestar esos señalamientos, y porque otros militantes estaban siendo jugados por ese hecho, la reivindicación del Oso se limitó a destacar el perfil que podía darle mayor legitimidad: su rol como promotor de las labores sociales de un comedor y de los proyectos comunitarios de la economía popular. Desde entonces quedó pendiente reconstruir su intensa trayectoria política, su formación integral y su vocación revolucionaria. Su trayectoria da cuenta de la forma en que la militancia es capaz de sostener y recrear los puentes de continuidad histórica para que “cada lucha no deba empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores”, como alertaba Rodolfo Walsh.

Regional “Patria o Muerte”

Martín Cisneros nació el 22 de marzo de 1960 en Villa Maipú, partido de General San Martín, en la zona norte del conurbano que rodea la ciudad de Buenos Aires. Se crio en una familia humilde junto a su madre, un hermano y una hermana. Su casa estaba frente a una de las entradas del Batallón 601 del Ejército, donde en 1990 se gestó el último alzamiento militar después de retomada la formalidad democrática en el país. Era hincha de Chacarita, que tenía la cancha a unas pocas cuadras de su hogar. En su adolescencia aprendió a jugar al ajedrez y empezó a fumar cigarrillos negros, ambas costumbres que mantuvo de ahí en más.

Empezó a militar durante los últimos años de la dictadura, a partir de las charlas sobre política que mantenía con su amigo Lito Borello: 

“Fue en 1982, cuando todas las organizaciones empezaban a crecer de nuevo. Él se incorporó conmigo a la Fede [Federación Juvenil Comunista, estructura del Partido Comunista, PC], en Villa Maipú, la localidad donde vivía, como parte del Regional Norte del conurbano bonaerense; ahí militamos juntos toda esa primera etapa”, recuerda Borello, que hoy es secretario de DDHH de la Unión de Trabajadores/as de la Economía Popular (UTEP). 

En abril de ese mismo año, cuando se desató la guerra por las Islas Malvinas, quiso enlistarse para ir a combatir. Había hecho el Servicio Militar Obligatorio un par de años antes y era probable que lo convocaran, pero finalmente eso no sucedió.

Su militancia comunista decantará, años después, en una reivindicación de la identidad peronista revolucionaria. Esto será así por influencia de Lito, su mentor y referente durante toda su vida militante. En su adolescencia bajo la dictadura, Lito había integrado una agrupación estudiantil peronista ligada al sector de Montoneros proveniente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), organización conducida por cuadros de formación marxista como Carlos Olmedo. El retorno de la democracia encontró a ese sector político diezmado, por lo que Lito optó por sumarse al Partido Comunista, y allí lo sumó a Martín, a quien sus compañeros de militancia apodaron “el Oso” por su físico: era alto, pesado y peludo. Con los años, ya alejado del PC, el Oso compartirá la revalorización positiva del peronismo, bajo la idea de que sería imposible hacer una revolución en Argentina sin partir de esa identidad política arraigada en el pueblo trabajador.

Martín transitó su juventud durante los primeros años de apertura democrática. Trabajó algún tiempo como metalúrgico. Ya incorporado en la Fede, participó de una brigada de agitación y propaganda a la que llamaron “Doctor Ernesto Guevara”. De ese modo se empezó a curtir en un tipo de actividades que desafiaban la corrección política de los partidos tradicionales que se rearmaron a partir de 1983. 

En mayo de 1985 Martín y su grupo se organizaron para dar una particular respuesta a las familias inundadas de su municipio. Ese otoño llovió en Buenos Aires como no había llovido en un siglo. Catorce personas resultaron muertas, noventa mil evacuadas. Apenas bajaron las aguas, la prioridad era la asistencia social. Pero la municipalidad de San Martín no hacía nada por las víctimas de la inundación. La Fede decidió tomar unos colectivos, intimidar a los choferes, desviarlos y tomar también por la fuerza el edificio municipal. Las cajas del Programa Alimentario Nacional (PAN) estaban allí sin ser entregadas a las familias damnificadas. El Oso y los demás salieron a repartirlas por las suyas, desafiando el control policial. Las autoridades calificaron el hecho como un “asalto”: esas eran prácticas “setentistas”, mal vistas. Un ejercicio de acción directa que chocaba con los modos prolijos que proponía la vida institucional posdictatorial. 

Otro hecho que el Oso siempre recordará con cariño y orgullo es su participación en la movilización que acompañó a la huelga general de la Confederación General del Trabajo (CGT) contra el plan económico del entonces presidente Raúl Alfonsín el 9 de septiembre de 1988. Allí estuvo la Fede. La concentración en Plaza de Mayo fue masiva; los ánimos se caldearon y hubo represión. Al terminar la jornada, en algunos medios se dijo que habían sido los jóvenes del PC los que más decididamente habían enfrentado a la policía. Quienes conocían de cerca a la militancia juvenil comentaban sobre la combatividad del grupo de zona norte del que venía el Oso. Regional “Patria o Muerte”, los llamaban, replicando la consigna de la Revolución Cubana.

La Fede, aunque sin ostentar, se hacía cargo de esa fama. En marzo de 1990, durante la visita al país del vicepresidente norteamericano Dan Quayle, el Oso y su regional protagonizaron otro hecho de esos que requieren una fina planificación. Poco tiempo antes, el entonces presidente Carlos Menem, recién asumido, le había ofrecido “relaciones carnales” al jefe de la Casa Blanca, George Bush. La juventud comunista se las ingenió para hacer una acción de repudio frente al Palace Hotel donde se alojaba Quayle: llegaron de manera dispersa y en pocos segundos se agruparon, desplegaron una bandera norteamericana y la prendieron fuego al son de consignas antiimperialistas. La acción fue breve, debían irse antes de que la policía lograra reaccionar. Consiguieron lo que se habían propuesto: las imágenes del fuego que devoraba la bandera yanqui fueron captadas por la prensa y llegaron a la televisión. El diario Sur puso fotos en su portada. En TV, el periodista y apologista de las reformas neoliberales Bernardo Neustadt compartió su indignación con el mismísimo presidente Menem y pidió castigo para esos bandidos. Se preguntó al aire si volvía la subversión. Aunque mostró frente a las cámaras los volantes que habían repartido en la actividad con consignas contra el imperialismo norteamericano, no pudo identificar a los autores porque habían decidido no firmar la acción; esa vez, lo más prudente era no darse a conocer. 

Nicaragua venció, El Salvador vencerá

De todas las experiencias de militancia combativa que lo marcaron, la más importante le ocurrió en 1987. Ese año el Oso había sido elegido por el PC para integrar la tercera Brigada del Café a Nicaragua, donde el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) había tomado el poder ocho años atrás. La revolución tenía dificultades de producción, por eso las brigadas iban a colaborar con las cosechas. También había enfrentamientos con los grupos contrarrevolucionarios promovidos por mercenarios estadounidenses. En el año en que viajó el Oso, además, la guerrilla salvadoreña, a pocas horas de Managua, pretendía lanzar su propia ofensiva hacia la toma del poder. El acercamiento a las guerrillas centroamericanas era parte del viraje político que el PC argentino había adoptado en su XVI Congreso realizado en 1986. 

El Movimiento de Brigadistas Libertador General San Martín, conocido como las Brigadas del Café, fue la movida emblemática de este intento de reorientación estratégica del comunismo argentino. El desafío para la Fede era importante porque implicaba torcer la política sinuosa, claudicante, que el Partido había tenido con la dictadura argentina. La autocrítica implicaba una revalorización de las organizaciones revolucionarias de los años setenta en el país y en América Latina. La militancia de la Fede se entusiasmó con el viraje. Cantaban: “Somos la patota de Fidel / y el Che Guevara / larguen todo y vengan volando / que estamos gestando la Revolución”. Hubo un grupo selecto que, después de pasar por Nicaragua, fue enviado a combatir a El Salvador, pero al Oso no le tocó. Sí a su amigo Marcelo Feito, también de la Regional Norte, quien cayó en un enfrentamiento con el Ejército salvadoreño cuando integraba las filas del FMLN en su carácter de internacionalista enviado por el PC de Argentina. En el libro Brigadistas, de Claudia Cesaroni (también ella participante de las Brigadas del Café), otro de los brigadistas que, por cuestiones de seguridad, prefiere identificarse solamente con el seudónimo “Cacho”, cuenta que le oyó decir al dirigente comunista salvadoreño Shafik Hándal que las brigadas habían sido creadas para sumar al PC argentino a la mesa de la izquierda latinoamericana coordinada por los cubanos para apoyar a los procesos revolucionarios en Centroamérica. 

A su regreso de Nicaragua, al Oso le ofrecieron quedar al frente de la Fede en su zona, y fue designado secretario político de Villa Maipú. Pero en el partido las cosas no avanzaban en el sentido que la juventud esperaba. La muerte de Marcelo Feito en la guerrilla centroamericana aceleró la reacción del sector más conservador del partido, que no quería ver al PC relacionado con procesos insurgentes que lo desviaran de la senda legal. Una cantidad importante de militantes de la Fede entendieron ese freno como una claudicación a los mandatos revolucionarios del XVI Congreso. “Una traición”, decía el Oso. Diversos grupos se alejaron del partido. 

Para principios de la década de 1990 el Oso ya se había ido del PC junto a Lito y a otro dirigente juvenil, Daniel, “el Cabezón”, que vivía en Zárate, más al norte de la provincia de Buenos Aires. El grupo, proveniente de la combativa Regional Norte de la Fede, necesitó un par de años para reacomodarse. Durante ese tiempo decidieron resolver colectivamente no solo la nueva búsqueda política sino también la supervivencia. El Oso trabajó primero en un quiosco en Floresta y después como taxista. Eso le permitió generar algunos ingresos y volver a militar.

De la lucha por la vivienda a la Agrupación Resistencia

En 1992 Martín y su pequeño grupo pudieron retomar una militancia plena junto a las familias sin vivienda que habían ocupado el viejo edificio de las bodegas Giol, en el barrio porteño de Palermo. Se trató de una lucha que, por distintos motivos, fue de avanzada para su época. La organización vecinal tenía a un conjunto de mujeres jefas de hogar al frente. “Son las mujeres de ese consorcio de 228 familias y casi 1500 almas quienes han tomado la posta en la defensa del techo”, escribió la periodista Susana Viau en el diario Página/12 el 1 de agosto de 1993, después de visitar el lugar. 

Esa lucha puso en aprietos al gobierno de Carlos Menem en su momento de mayor esplendor, promediando la década de 1990, apenas un año antes de su reelección. Durante el par de años que duró la ocupación, Giol fue la más grande “casa tomada” de la ciudad de Buenos Aires. Por aquel entonces los relevamientos oficiales daban cuenta de un déficit de 3.200.000 viviendas y la ocupación de inmuebles deshabitados era un problema real. Entre la oleada de amenazas de desalojos sobresalió la de Giol, porque ya se había convertido en un símbolo. 

La comisión vecinal, dotada de la visión política que aportaba el grupo que integraba el Oso (núcleo que por ese entonces aún se mantenía sin nombre, sin conformarse todavía como agrupación pública) fue protagonista de coordinadoras de luchas por la vivienda junto a la Unión de los Sin Techo (UST), el Movimiento de Ocupantes e Inquilinos (MOI) y la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA). Se estaba poniendo de pie uno de los sujetos sociales que cobraría protagonismo en la resistencia de la segunda mitad de los años noventa: los excluidos que tomaban como base de organización el barrio. El mismo proceso que, tiempo después, dio forma a los movimientos de trabajadores desocupados que alimentaron los piquetes y las puebladas en todo el país. 

Las tareas militantes del Oso en Giol eran diversas, aunque dos factores lo identificaban con las labores de defensa del lugar: por un lado, su corpulencia; y por el otro, las agresiones que padecían las familias, que requerían una buena planificación de seguridad. Su paso por Nicaragua y su militancia previa durante la etapa más combativa de la FEDE lo habían formado para dar respuesta a esos desafíos. Lito Borello recuerda una anécdota que describe el tipo de militancia que llevaban y la relación que los unía: 

“Cuando Giol empezó a tomar cierto vuelo político, mandaron a atacarnos a un grupo de unos 20 sátrapas, delincuentes. La cana les liberó la zona. Planearon ir a quemar el lugar. En un momento de la confrontación le tiran al Oso una molo muy casera, hecha con un frasco de mermelada, más chica que las comunes. No hizo mucho fuego, pero le prendió fuego las patas. Yo me saco la campera y lo tapo, le abrazo los pies. En un momento nos miramos, yo seguía abrazado ahí… y nos entramos a cagar de risa. Mirá que, en medio de toda esa tensión, toda la situación muy de risa no era… pero bueno, los otros ya habían salido cagando y en algún momento te aflojás”. 

Durante los dos años que duró la ocupación de las bodegas Giol, el Oso y su pequeño grupo fueron madurando la nueva política que llevarían adelante en su etapa post PC. En el transcurso de la lucha sumaron definiciones más ajustadas y nuevas voluntades: viejos contactos a quienes invitaron a militar y estudiantes universitarios que se habían acercado a la toma a colaborar. El núcleo inicial se había ampliado, ya tenía dimensión suficiente para tener un nombre a tono con la política que iría a desarrollar: se bautizaron como “Agrupación Resistencia”. En la firma montaban las letras al pie del símbolo tradicional de Perón Vuelve, la P sobre la V. “El Oso se terminó de hacer peronista contra el menemismo”, explica Lito. Aquella identidad nacionalista de su adolescencia volvía a aflorar, ahora en los noventa, justo cuando el peronismo parecía desbarrancar. 

Los materiales de estudio del grupo retomaban algunos insumos de la formación política que habían adquirido en el PC, como los textos de Marta Harnecker, a lo que sumaban otros materiales que fundamentaban la revalorización de la identidad peronista, como el debate teórico que Carlos Olmedo, dirigente de FAR-Montoneros, mantuvo por medio de un intercambio de documentos en el año 1972 con dirigentes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) mientras uno y otros estaban en la cárcel. A esas lecturas agregaban libros que daban cuenta de los intentos revolucionarios centroamericanos, como el del comandante sandinista Omar Cabezas, La montaña es algo más que una inmensa estepa verde. También dedicaban tiempo e interés en retomar relaciones y charlas formativas con referentes de la Resistencia Peronista de los años 60, como Sebastián Borro y Envar “Cacho” El Kadri. Así el Oso fue adquiriendo una formación política sólida, referenciada en esas charlas, esos textos teóricos y en el conocimiento de las experiencias revolucionarias que sentía más cercanas, como las de Nicaragua y El Salvador. 

Agrupación Resistencia priorizó el trabajo de base, lejos de los partidos tradicionales, incluso del Partido Justicialista (a pesar de la revalorización que hacían del peronismo como identidad popular), y de la izquierda; se acercó a los sindicatos combativos que enfrentaban al gobierno neoliberal de Carlos Menem y priorizó una política que se fortaleciera al calor de la lucha social.

Sin embargo, el Oso, poco tiempo después, se alejó. No volvió a tener contacto con sus compañeros hasta que los reencontró en La Boca, ocho años más tarde.

De Darío y Maxi a la Economía Popular: “No me extrañen”

Entre los años 1995 y 2002 Martín Cisneros se mantuvo alejado de la actividad política. Formó una pareja y se mudó a Barracas. Montó una pequeña imprenta que duró hasta fines de 2001, justo cuando la crisis estalló. La rebelión que detonó los días 19 y 20 de diciembre de ese año volvió a despertar su interés. Los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en una protesta social seis meses después, el 26 de junio de 2002, lo indignaron a tal punto que terminó de decidirse. Supo que su viejo amigo y compañero Lito Borello había impulsado, junto a un grupo de familias desalojadas de las bodegas Giol, un trabajo político de base en el barrio de La Boca en torno al Comedor Los Pibes. Lo buscó hasta que lo encontró en la Plaza Matheu, organizando una actividad social.

El Oso se sumó a Los Pibes, que para aquel entonces ya había cambiado de nombre: no era solo un comedor, ahora se llamaba Unidad de Producción Social. A poco andar se convirtió en un nuevo referente de la organización; todas y todos destacaban su dedicación permanente, su entereza y su bondad.

En los videos de homenaje que le dedicaron tras su asesinato, hay una grabación en la que el Oso cuenta sobre las tareas a las que se dedicaba en esos años post 2001: 

“Este proceso empieza haciendo algunas prácticas de emprendimientos productivos. Hoy hay un Estado que no existe, que no atiende el hambre, no atiende la necesidad de salud, de empleo. La organización se mete de lleno a trabajar en proyectos productivos que tengan que ver con el rubro alimentario. Una de las áreas que abordamos es la de empleo, trabajo genuino, experiencias con compañeros que no trabajaron nunca: ninguno es panadero, ninguno fue fabricador de galletitas o fabricante de pastas, por eso estamos haciendo escuela de todos estos proyectos”. 

El video lleva como título una frase que el Oso solía repetir cada vez que se despedía de sus compañeros hasta el próximo día: “No me extrañen”. 

La noche del 25 de junio de 2004 Martín “el Oso” Cisneros fue asesinado de varios disparos en la puerta de su casa, en la calle Olavarría 284 del barrio de La Boca. El matador fue un delincuente que organizaba la distribución de drogas en el barrio, con quien Martín ya había tenido otros choques anteriores. El Oso, con su militancia en la organización Los Pibes, dedicaba mucha energía a sacar a la juventud excluida de las redes del consumo promovida por dealers como el que terminó asesinándolo. 

Hoy la imagen del Oso se encuentra en centros sociales y murales del barrio de La Boca, y es uno de los símbolos de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP). Allí están organizados los emprendimientos productivos que él ayudó a crear.

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* El autor militó junto al Oso Cisneros en la toma de viviendas de las Bodegas Giol entre los años 1993 y 1994. Escribió sobre él en el libro 2001. No me arrepiento de este amor. Historias y devenires de la rebelión popular (Chirimbote, 2021), que puede descargarse completo acá: https://pablosolana.blogspot.com/2021/10/libro-2001-no-me-arrepiento-de-este.html. Actualmente prepara la entrada biográfica sobre Martín Cisneros para el Diccionario Biográfico de las Izquierdas Latinoamericanas del Centro de Documentación e Investigación de la cultura de izquierdas ( https://diccionario.cedinci.org/ )