Entrevista a Miguel Mazzeo
Por Mónica Larramendi
Miguel Mazzeo es Profesor de historia y Doctor en ciencias sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Militante popular y escritor, autor de varios libros publicados en Argentina, Chile, Perú y Venezuela. También es docente en la UBA y en la Universidad de Lanús (UNLa). En esta última integra el cuerpo docente de la Especialización en “Economía social y gestión de entidades sin fines de lucro”. A la distancia hemos construido el siguiente diálogo sobre la economía popular.
¿Hablamos de economía social o de economía popular?
Prefiero el concepto de economía popular.
¿Por qué?
Porque la concibo como un conjunto de estrategias de subsistencia de un sujeto subalterno y oprimido (plebeyo, popular) que presupone la centralidad de la vida y no del capital. O sea, lo popular vinculado a lo no capitalista, a lo anticapitalista, a lo desmercantilizador. Sobre todo, porque reconozco en la economía popular una potencialidad vinculada a la construcción de entornos materiales, sociales y simbólicos capaces de sostener un proceso emancipador, incluyendo sus momentos de insubordinación social. Luego, la economía popular remite a experiencias con capacidades de anticipar la sociedad futura, promoviendo modos de producción alternativos al capitalismo y otras relaciones sociales igualitarias, humanas, no alienadas. También pienso la economía popular en función de la necesidad de contar con modelos de recambio, porque considero que el capitalismo no morirá de muerte natural. En ese sentido, sospecho que la economía popular puede constituirse en una especie laboratorio social y político, en una usina de alternativa sistémica, en una escuela de “socialismo práctico”.
Por lo tanto, el carácter popular de una economía remite a la defensa de los bienes comunes, a la soberanía alimentaria, a lo antipatriarcal. La economía popular es absolutamente incompatible con el extractivismo y con todo lo que este conlleva: fracking, agro-negocio, monocultivos transgénicos, megaproyectos de infraestructura, mercantilización del conocimiento ancestral de los pueblos. No todas las perspectivas desde la economía social asumen estas definiciones.
El concepto de economía social me parece más general y abstracto y, en algunos aspectos, puramente descriptivo. La economía social, por lo general, hace referencia a un “sector” de la economía que no es el mercado ni el Estado. La economía social suele estar más cerca de las visiones “complementaristas”. No se plantea la construcción de un sistema alternativo al capitalismo.
La economía popular tiene cada vez más presencia a nivel social, institucional, intelectual. Por ejemplo: está la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP); a nivel estatal existen secretarías, subsecretarías de la economía popular o áreas y dependencias emparentadas en todos los niveles de gobierno; hay muchas universidades (la UNLa entre otras) que ofrecen cursos de postgrado sobre economía social o economía popular. ¿A qué atribuís esto?
Cada vez se hace más evidente que en nuestras sociedades existen universos compuestos de infinitas tramas comunitarias. Se trata de universos centrados en lo que se suele denominar la “reproducción social”, entendida como reproducción de los medios de producción y la fuerza de trabajo, tanto en el corto como en el largo plazo. Estos universos no participarían (por lo menos no directamente) de los espacios de la “producción” y, por consiguiente, del “espacio público”. De ahí su invisibilidad histórica, cuando no su menosprecio liso y llano, sobre todo por parte de la teoría económica convencional.
Pasar por alto la esfera de la reproducción ha sido (y es) un vicio de la teoría económica convencional, principalmente en sus vertientes ortodoxas, en la economía axiomática de raíz neoclásica. Pero también las expresiones heterodoxas, incluyendo al marxismo, han soslayado la esfera reproductiva. Es decir, a estas corrientes de pensamiento económico, aquello que no está vinculado directamente al proceso de acumulación y valorización del capital, no les interesa. Entonces, una parte muy importante de la realidad económica y social les queda afuera. La economía popular, una teoría de la economía popular, a diferencia de la teoría económica convencional, viene aportar un filón mucho más crítico y está mejor predispuesta a la producción de nuevos conceptos acordes a la realidad. Digamos: “conceptos a medida”. Otra teoría para otra economía. Este filón crítico también es un elemento que diferencia a la economía popular de ciertas versiones de economía social.
Sin embargo, en los últimos tiempos se ha comenzado a percibir que en esos universos comunitarios se dirime un antagonismo básico. Por un lado la lucha por la vida, por el otro el avance de la economía mercantil, de la economía centrada en la valorización del valor. Esta última avanza implacable, apropiándose de un conjunto de esferas de la reproducción social, destruyendo espacios de relativa autarquía, tanto en las zonas rurales como en las zonas urbanas. En concreto: el capital se apropia de las condiciones de vida de los seres humanos que se ven desposeídos. Las formas de subordinación del trabajo al capital se hacen cada vez más complejas. Digamos que el capital viene intensificando esas funciones a partir de la contrarrevolución neoliberal iniciada la década 1980 y no revertida hasta ahora en aspectos sustanciales. De ningún modo son funciones nuevas para el capital, pero si es nueva la intensidad, el ritmo.
Muchos economistas hablan de cambios en el capitalismo mundial a partir a de 2001 y 2008: la irrupción de China con su “productividad suprapromedial”, la crisis económica mundial. Hablan de de una etapa pos-neoliberal. Eso puede ser cierto. Pero creo, de todos modos, que esos cambios, con lo que pueden tener de rupturistas respecto de la etapa anterior en ciertas esferas (la tecnológica por ejemplo), siguen inscribiéndose en algunas coordenadas generales del neoliberalismo. O sea, me cuesta pensar al capitalismo de “plataforma”, de “franquicia”, el capitalismo “uberizado”, por fuera de una línea de continuidad con algunos procesos inaugurados en la década del 80. Lo veo más como una profundización de tendencias que ya estaban presentes en los tiempos del “consenso de Washington”, y que contaron con la inestimable colaboración de nuevas teologías relacionadas, por ejemplo, con el desarrollo del big data, la inteligencia artificial, entre otras. Entonces, se profundizan las tendencias a la subcontratación competitiva, a la internacionalización de las cadenas productivas, a la automatización, a una mayor adaptación del trabajo a los requerimientos del capital. Puede haber cambios en la esfera de la regulación. Pero no estoy seguro que esos cambios sean los suficientemente significativos para hablar de posneoliberalismo. Por su parte, la expansión económica y geopolítica de China reproduce todas las taras de la explotación imperialista. Las relaciones de China con los países del “sur global” no hacen más que perpetuar la dependencia de estos. Por otra parte, vale tener presente que el neoliberalismo de las décadas del 80 y el 90 no fue tan desregulado como se pretende, sobre todo en los países centrales.
¿La hegemonía del capital financiero no estaría marcando una continuidad de fondo, estructural?
Sí, sin dudas. El capital financiero es la forma más depredadora del capital. Sus estrategias son de lo más variadas y sofisticadas, por ejemplo: busca anclar la reproducción social en prácticas como el endeudamiento, la monetización, el consumismo, la privatización. De este modo, el capital, al tiempo que se valoriza, va limitando las posibilidades de los ámbitos de reproducción social como generadores de subjetividades críticas y como pilares de proyectos políticos alternativos. O sea, que lo que tenemos frente a nosotros, nosotras y nosotres es el despliegue de una simultaneidad muy perversa: la realización del capital y la anulación de la potencia popular por la vía de la fragmentación del trabajo que deja de jugar los papeles integradores característicos del fordismo.
La financiarización puede verse como una de las formas a las que recurre el capital para lograr que amplios grupos humanos expulsados de los diferentes sectores economía (los trabajadores y las trabajadoras “potenciales”), resulten significativos para el proceso de acumulación. La financiarización amplió las fuentes de plusvalía, las directas y, sobre todo, las indirectas; aumentó la “masa de plusvalía total”, generó una “subjetividad financiera”. El alfa y omega del capitalismo es la extracción de plusvalía donde sea y como sea. ¡Todos, todas y todes a colaborar con el proceso de acumulación de capital! ¡Qué nadie se quede afuera! La financiarización contribuye a subordinar el trabajo al capital sin que medien los procesos de proletarización característicos del fordismo. La economía popular no puede soslayar las realidades impuestas por la financiarización.
En torno a la economía popular existen una serie de discursos que tienden a idealizarla, a romantizarla, muchas veces bajo la idea de que “lo pequeño es hermoso” (“small is beatiful”) que planteaba E. F Schumacher: ¿Cuál es tu posición al respecto?
No está bueno romantizar a la economía popular. Porque de esa manera se pasan por alto sus limitaciones y al mismo tiempo no se aprecian correctamente sus potencialidades. Se cae en posturas ingenuas, neohippies, populistas (en el sentido de lo falsamente popular) que terminan justificando ideológicamente la integración al sistema capitalista. Yo no tengo ningún problema con los movimientos neo-rurales, neo-campesinos, neo-artesanos, con las iniciativas que aspiran a una “vida simple”. Al contrario. Pero no me interesan los paraísos terrenales privados. Prefiero los colectivos. Muchas veces se idealiza la pequeña huerta, el pequeño taller, la feria barrial, sin dar cuenta de la realidad impuesta por los terratenientes, por los grandes monopolios y las grandes cadenas de distribución. La agricultura alelopática me parece fantástica, también la conectividad de los seres humanos con la tierra y el universo, pero si no debatimos la propiedad de la tierra, el control del comercio exterior, entre otras cosas del mismo tenor, todo termina siendo carne –en realidad debería decir pasto– para una pequeño-burguesía despolitizada, una cosa entre naïf y new age, una “problemática” más para justificar el latrocinio de las fundaciones. Esta es una historia vieja, como mínimo tan vieja como Joseph Proudhom: la ilusión de independencia de los pequeños productores.
Considero, además, que muchas experiencias de la economía popular se desarrollan en un terreno ambiguo donde las formas defensivas del precariado y el pobretariado pueden asimilarse a estrategias (afines al capitalismo) que promueven el autoempleo, el autoesfuerzo, el emprendedurismo o el cuentapropismo como formas de autosatisfacción complaciente. Habría que evitar confundir la economía popular con las prácticas más cercanas a las salidas individuales, al “colonialismo filantrópico”, o a lo que Frantz Fanon llamaba “humanitarismo insípido”. De todos modos, las experiencias concretas de la economía popular no se manifiestan en estado puro, son contradictorias. Por lo menos una parte importante de ellas. Hay que partir de esa contradicción, intervenir en ella.
Nótese bien: digo la “ilusión de independencia”. No la ilusión de la pequeña producción, que es bien real. Por lo tanto, estoy considerando este problema a la luz de las posibilidades de generar las condiciones adecuadas para un desarrollo independiente de la pequeña producción. Tengo en cuenta la existencia de amplios sectores en los que la propiedad de medios de producción y los instrumentos de trabajo no tiene como correlato una apropiación de la plusvalía generada por el trabajo colectivo. La ganancia no necesariamente es igual a la apropiación de plusvalía.
Cuando se pone una nueva racionalidad en pequeña escala al servicio de otra vieja racionalidad a gran escala, la primera corre el riesgo de terminar desnaturalizada. Esto es común en ciertos enfoques de la economía popular (más aún en los enfoques de la economía social). En muchos ámbitos vinculados a la economía popular predomina una tendencia al empirismo, una narrativa fundada en la “prosa de parte”. Esa tendencia hace que no siempre se visualice con toda claridad el fondo estructural generador de pobreza. Entre las excepciones, podemos mencionar los aportes de la economía feminista radical, o diversas actualizaciones (o reversiones) de la Teoría de la Dependencia, por ejemplo.
Si mal no recuerdo Schumacher en su libro no pasa por alto esta cuestión. Su planteo da cuenta de las lógicas generales de la producción capitalista. Él era partidario de un modelo articulador de libertad, planificación y propiedad colectiva de los medios de producción.
Por supuesto, la economía popular suele presentar aspectos defensivos y resistentes que siempre deben ser reivindicados, al margen de las distorsiones estructurales que pueda o no reproducir. En torno a estos aspectos no hay romantización posible. Un proyecto productivo sin patrón, muchas de cooperativas “reales”, una red de comercio justo, un bachillerato popular; cada una de estas experiencias, con sus modalidades particulares, es una trinchera para la clase que vive de su trabajo, y también es vanguardia del proyecto civilizatorio alternativo. Es la posibilidad de soñar un mundo nuevo a partir de vivencias concretas. Es la mejor forma que conozco de proclamar el futuro. Debemos celebrar y apoyar toda experiencia comunitaria, toda iniciativa de las organizaciones populares y los movimientos sociales (y toda medida estatal) destinada a ampliar el campo de decisión soberana frente al mercado y el capital. El futuro de la economía popular, en buena medida depende de la ampliación de ese campo de decisión.
¿Cuáles serían las limitaciones más notorias de la economía popular? ¿A que te referís con “poner una nueva racionalidad en pequeña escala al servicio de otra vieja racionalidad a gran escala”?
Algo que a veces olvidamos los y las que defendemos a la economía popular es que las iniciativas en donde no existe subordinación directa del trabajo al capital pueden contribuir a la subordinación indirecta. Este me parece un tema crucial. Existen formas estructurales de subordinación y control del trabajo colectivo. Al capital le interesa controlar la mercancía fuerza de trabajo bajo cualquier forma. Ya sea bajo un régimen laboral más o menos “tradicional” (pero hace tiempo con tendencia a ser cada vez más flexible y más precario) o bajo relaciones aparentes de circulación que condicionan a los productores y las productoras “independientes”.
La economía popular, en contra del deseo de sus protagonistas principales, puede ser funcional a la estrategia del capital que pretende articular sus objetivos de acumulación con los objetivos de subsistencia. ¿Hasta que punto la economía popular no contribuye a generar una redistribución del costo de la subsistencia al interior de la clase trabajadoras, una redistribución del costo de la explotación entre los sectores explotados?
¿Hasta que punto la economía popular no contribuye a resolver la contradicción entre la acumulación capitalista y la subsistencia y reproducción del conjunto de la clase trabajadora? No debemos olvidar esto. No son extrañas las experiencias de la economía popular que consumen insumos caros para vender productos baratos. ¿Acaso el autoabastecimiento de las unidades domésticas no contribuye al predominio de los bajos salarios en diversas ramas de la economía?
A la hora de pensar la economía popular no debemos pasar por alto las funciones históricas que cumplieron las economías de autosubsistencia en el marco del capitalismo; cómo se comportó el capital frente a sectores que producían por debajo de la media social y que invertían más tiempo del trabajo del socialmente necesario, que tenían un gasto de capital constante más alto y un nivel de productividad menor, un ciclo de rotación del capital bajo, etcétera.
¿Qué pasa cuando la economía popular entra en contacto con otros sectores de la economía capitalista? ¿Cómo evitar la devaluación de los productos de la economía popular? ¿Cuánta plusvalía hay en los bienes que la economía popular vuelca al mercado (trabajo no pago de personas ancianas, de mujeres, de niños, niñas y niñes) que pasa a formar parte de la ganancia media del capital? ¿Cuánto aporta la economía popular a la ganancia media del capital?
No puede ser muy “popular” una economía que solo sirve para que los y las pobres sobrevivan a costa de ellos mismos y ellas mismas, a costa del conjunto de la clase trabajadora. Si la consigna “solo el pueblo salvará al pueblo” termina atada a esta situación, se desnaturaliza su principal sentido. No deberíamos pensarla por fuera de la lógica de los antagonismos sociales, por fuera de la lucha de clases. “Salvar” no debería entenderse como garantizar la mera vida. Como hace 50 años, “salvar” tiene que ser sinónimo de liberación colectiva, de emancipación, de auto-emancipación popular.
No puede ser muy “popular” una economía que reproduce una situación caracterizada por altas tasas de ganancia del capital y bajas tasas de acumulación internas. Más que popular, esa economía sería una economía de la pobreza, de la indigencia. La economía popular debe ser una economía de la abundancia de bienes necesarios y básicos. Una economía de la buena vida, no una economía de la mera vida. ¿Hasta que punto las diversas iniciativas de la economía popular no aportan a la realización de la plusvalía a bajo costo y en favor de los grandes grupos económicos? Los ejemplos abundan. La cooperativa que le generan insumos baratos a las empresas más grandes, o la cooperativa que le disminuye el costo de distribución, en fin, que le realiza al capital la plusvalía a bajo costo.
¿Esto significa que esa cooperativa no sirve? Al contrario, significa que debe plantearse la modificación de su entorno para consolidarse y desarrollar al máximo sus potencialidades. Significa que debe asumir sus ventajas relativas como subestructura social democrática y como ámbito reproductivo de un colectivo determinado y desde esa doble condición de trinchera y vanguardia encarar la modificación de su entorno como única forma de superar sus desventajas. O sea, la economía popular puede articular reproducción y praxis transformadoras. Radicalmente transformadoras. En esto radica su carácter disfuncional (lo “popular” en su sentido más fuerte) respecto del sistema. Pero en esto intervienen factores ideológicos, políticos y pedagógicos.
La explotación se da básicamente entre clases sociales, no entre grupos o individuos. Por eso es tan importante situar la demanda de la economía popular en el marco de una estrategia general de los trabajadores y las trabajadoras. ¿Qué pasa cuando la reproducción de la vida se limita a la reproducción de la fuerza de trabajo?
En fin, son demasiadas preguntas y se supone que debería responder y no preguntar. Pero bueno, muchas de estas preguntas son retóricas y creo que sirven para iniciar un debate.
En relación a esto último… ¿podría decirse que buena parte de los problemas de la economía popular, incluidas sus contradicciones, se derivan se sus condiciones de desarrollo en los marcos de una economía capitalista?
Creo que sí, por lo menos uno de los problemas centrales de la economía popular podría enunciarse de ese modo. Pero ese es un problema general que afecta a quienes aspiran a cambiar esta sociedad. No hay más remedio que cambiarla desde ella misma. No se puede cambiar desde un lugar externo, cómodo, ideal.
Pero centrémonos en la economía popular: ¿acaso no hay un intercambio desigual de valores entre los modos característicos de la economía popular y el modo de producción capitalista? El intercambio entre sectores de la economía popular y el resto de los sectores de la economía capitalista no puede no ser desigual: unos, unas, unes reproducen la vida; otros, otras, otres reproducen el capital. Pero el capital en este contexto histórico, más que destruir a la economía popular pretende integrarla, subordinarla a su lógica de acumulación para obtener ventajas en el intercambio de mercancías y en el abaratamiento de la mano de obra y, también, en la contención de la conflictividad social. Este no me parece un dato menor. El capitalismo actual muestra cuan viejos quedaron los debates sobre los ejércitos industriales de reserva, las masas marginales o las “formas precapitalistas”. Nada queda por fuera la acumulación. Todos los seres humanos, de alguna u otra manera, tienen significación para la reproducción del capital. Incluso los seres humanos supuestamente “desechados”. Ese el gran problema: la generalización del ser-para-el-capital que es un no-ser con otros/otras/otres. El gran problema es significar para el capital en alguna medida.
Con esto quiero decir que no creo que en las sociedades capitalistas actuales exista una zona del no-ser. Lo que se llama zona del no-ser en realidad es la zona del ser-para-el-capital. Que se parezca mucho a un no-ser es otra cosa.
Tomando en cuenta todas las limitaciones señaladas ¿Cuál sería un enfoque correcto para la economía popular?
Bueno… yo no me atrevería a hablar en términos de enfoques correctos o incorrectos. Sólo sé que, por el bien de la economía popular, por el bien del sujeto que involucra (más que por el bien de un área específica del conocimiento), no podemos, no debemos soslayar estas cuestiones cruciales. Es mejor reconocer que la economía popular y las diversas tramas comunitarias pueden estar vinculadas a los mecanismos de explotación y que muchas veces sirven directa o indirectamente a la acumulación de capital. Muchas veces algunas figuras típicas de la economía popular buscan ocultar (y hasta embellecer) la realidad se seres humanos auto-explotados y explotados por el gran capital, víctimas de la rigidez del mercado laboral, en especial en las economías dependientes.
Luego, considero que los enfoques totalizadores son muy importantes. No podemos olvidar que la economía popular, por lo menos en el mundo periférico, no puede ser pensada fuera de la lógica del capitalismo dependiente con sus desequilibrios característicos; regionales, sectoriales, etc.; con sus típicas deformaciones. Entonces, debemos considerar las limitaciones del capital “productivo” para reproducirse en amplitud creciente, la lógica de la acumulación/concentración del capital, la disminución relativa del capital variable, el proceso histórico de subordinación del trabajo al capital, etcétera.
En cierta medida, la economía popular no deja de ser un subproducto de la integración atrofiada, del desarrollo desigual. No solo de eso, por supuesto. También existen determinaciones históricas. Sin ir más lejos el desarrollo de culturas solidarias y de tradiciones asociativas de los y las de abajo, en particular el cooperativismo y otras relacionadas con los pueblos originarios de Nuestra América.
Debemos preguntarnos donde está el “dinero de los otros” y donde va a parar el “dinero de los pobres”. Debemos considerar el consumo que capta la totalidad de la retribución de la fuerza de trabajo del proletariado extenso (incluyendo al “precariado” y al “pobretariado”) y va a parar a los grandes monopolios, al capital financiero. Por supuesto, solo una visión totalizadora está en condiciones de mostrarnos la relación de la parte con el todo, incluyendo la relación de la economía popular con la acumulación de capital.
¿Cómo puede la economía popular desarrollarse en un contexto tan adverso como el que describís? ¿Cómo puede evitar la economía popular ser funcional al sistema capitalista? Se supone que la economía popular tiene que aportar insumos teóricos y prácticos para el desarrollo de un sistema alternativo.
Entre otras cosas la economía popular debe generar circuitos propios. Cadenas de valor propias, circuitos de distribución propios que eliminen las intermediaciones. Habrá que pensar una relación entre un sector regido por lógicas reproductivas y otras acumulativas sin que el primero termine perjudicado por el segundo. Algo muy importante, fundamental diría, consiste en alcanzar niveles altos de autonomía de la reproducción social. En este aspecto considero que el rol del Estado puede ser clave para que la EP alcance esos niveles de autonomía de la reproducción social.
¿El Estado...?
Sí, ya sé, el Estado actúa como garante del valor de cambio. El Estado capitalista no sirve para implementar formas de gestión alternativas de los recursos colectivos, de la vida. No tiene sentido cuestionar la ley del valor sin decir algo respecto de las instituciones encargas de garantizar su funcionamiento. Una economía popular subordinada al Estado no producirá mandatos, y si por azares del destino los produjera, no estará en condiciones de sostenerlos. Una concepción emancipadora de la economía popular no puede soslayar la crítica del Estado capitalista. Pero… si bien no hay que subestimar el grado de integración del Estado a la dinámica del capital, tampoco hay que sobrestimarla.
En primera instancia no me parece descabellado pensar en un Estado, un nuevo Estado, un Estado rehecho desde abajo, que exprese otras relaciones de fuerzas. Un Estado asentado sobre una sociedad civil popular densa, potente. Un Estado que asuma el control de los sectores estratégicos, el suministro de los servicios sociales básicos y el desarrollo de la infraestructura. Que, entre otras medidas, detente el control del comercio exterior, de la banca y de otros sectores estratégicos de la economía. Creo que las posibilidades de la economía popular de erigirse en sector dinamizador de una alternativa sistémica no harían más que acrecentarse en articulación con un Estado de estas características.
Creo que hay que pensar la economía popular en el marco de una teoría de la transición hacia sistemas no capitalistas, poscapitalistas, tengan el nombre que tengan. Y sería bueno encarar esta reflexión saliéndose de la dicotomía estatismo-antiestatismo, o Estado malo y sociedad civil popular buena. Digo, repensar el Estado como campo de autodeterminación. ¿Todo Estado, indefectiblemente, es la antítesis de la autodeterminación? Yo creo que afirmar que todo Estado es la antítesis de la autodeterminación es simplista. Y, en determinadas circunstancias, políticamente irresponsable. Hay que hacerse cargo de ese tipo de afirmaciones y ofrecer medios más eficaces para proteger a la sociedad civil popular de los embates del mercado y los grandes monopolios.
Ocurre que ante el sesgo marcadamente estatista de muchas concepciones de la economía popular se tiende a generar respuestas especulares.
Para cerrar: ¿en al actual contexto de crisis sistémica y escala global del capitalismo, cual sería desde tu punto de vista la importancia a la economía popular?
La economía popular remite a las tramas comunitarias que te mencionaba. Se pueden ver como redes defensivas que buscan garantizar la subsistencia. Son fundamentales para la reproducción de extensos colectivos humanos. Estas tramas pueden llegar a ser el punto de partida para una alternativa política que asuma el proyecto de cambio radical, estructural. Pero para eso primero habrá que apuntalar los contenidos críticos de los espacios de subsistencia, de las redes sociales que han construido los y las pobres, los trabajadores y las trabajadoras. Se trata de politizar los espacios de reproducción social y no dejarlos en manos de ideologías subsistencialistas, o subordinarlos a lógicas corporativas (del tipo sindicato estatal de pobres), para que la subsistencia no esté al servicio de la acumulación de capital, para que no se reproduzca la escisión entre productores de bienes y servicios y productores de decisiones políticas. Sobre todo para que los objetivos de la economía popular no se limiten a encontrarle a los y las de abajo un lugar bajo el sol del capitalismo regulado. Si la economía popular sólo aspira a satisfacer algunas demandas secundarias (por la vía corporativa), si se queda en las reivindicaciones de consumo, contribuirá más al control de las clases dominantes que al fortalecimiento de la posición de las organizaciones populares y los movimientos sociales.
No me parece mal que diversas expresiones de la economía popular apelen a formas de sindicalismo territorializado, para satisfacer demandas secundarias. En ese caso preferiría que ese sindicalismo no reproduzca las taras del viejo modelo sindical y no ceda a las presiones de convertirse en apéndice del Estado para terminar cogobernando el modelo hegemónico. Que sea un sindicalismo “clasista” y “combativo” y que contribuya decididamente a disminuir la sobreexplotación y no a representar a los sobreexplotados y a las sobreexplotadas.
La autodeterminación de las experiencias de la economía popular es algo fundamental. Además, sin autodeterminación la autogestión termina siendo un slogan vacío. Existe una dimensión política de la economía popular que pasa por generar un nuevo tipo de estructura de autoridad en el lugar de trabajo que puede repercutir sobre el sistema político. En concreto, la economía popular debería pensarse en relación a nuevas racionalidades no sólo económicas, sino también políticas: nuevas gubernamentalidades, como las llama Reinaldo Iturriza, inspirado en Michel Foucault.
Pero esa autodeterminación tiene que superar la “prosa de parte” para afectar la totalidad dominante. Será imprescindible gestar organizaciones más amplias que den cuenta del conjunto de los intereses de la clase trabajadora. Organizaciones políticas. La economía popular necesita un proyecto político común que dignifique sus prácticas diversas.
El futuro de la economía popular, depende de un cambio en las correlaciones de fuerza, en la sociedad y el Estado. Al mismo tiempo, la economía popular puede contribuir a modificar esas correlaciones.
Imagen: Rocío González