| Por Mariano Pacheco

| Ilustraciones Brutta

Esta nueva conmemoración de la fecha fundacional del peronismo se produce en un contexto de debates por la coyuntura nacional preelectoral, pero también, a pocas semanas de cumplirse los 40 años ininterrumpidos de democracia que vive el país. ¿Una “democracia para exquisitos”, como denunciara Cooke al régimen previo a 1945? Las conquistas obtenidas en estas últimas cuatro décadas no han sido pocas, pero tanto el peronismo como la democracia parecen no poder zafar de la herencia política, económica y cultural del “proceso” (el que la última dictadura, vía el terrorismo de Estado, llevó adelante para efectuar una verdadera “reorganización nacional”). 

Cooke es el hecho maldito del peronismo burgués. Quizás por eso su nombre sea tan poco frecuentado en estos días, tanto por “progresistas” como por los “custodios” de la tradición justicialista. Como en 1945, la Argentina cuenta con un radicalismo muy alejado de la impronta plebeya que pudo darle un yrigoyenismo que funcionó como vector de una expresión de masas, de la “chusma” (incluso cuando cuente en su haber con masacres de obreros –fundamentalmente de inscripción anarquista– que peleaban por hacerse ver y oír); con una izquierda lúcida para la caracterización de las movimientos internacionales del capital y fuertemente denuncialista de los males que padecen las grandes masas a nivel nacional, pero incapaz de leer la específica formación económico-social, con sus nuevas configuraciones del trabajo y sus correspondientes experiencias de organización y lucha, o los repertorios simbólicos que surgen desde abajo. 

Pero a diferencia de aquél 17 de octubre inaugural, hoy el nombre peronismo también forma parte, en gran medida, del concierto de voces que muchas veces monologan sin escuchar, que saben –en el mejor de los casos– lo que está pasando, aunque sin llegar a comprender. Y esto, que parece un simple juego de palabras, resulta fundamental si atendemos a la eficacia que las armas de la crítica pueden tener en un proyecto estratégico de transformación en sentido emancipatorio. Recordemos que el comunista italiano Antonio Gramsci, pionero en las reflexiones y estudios sobre la cuestión “nacional-popular”, insistía en la importancia de que el pueblo –que muchas veces siente, pero no comprende–, y los intelectuales –que suelen detentar un saber pero no siempre logran sentir–, puedan efectuar ambos ese proceso que les permita comprender una situación. Porque es la comprensión la que combina saber y sentir y permite darse líneas de acción eficaces para intervenir en una coyuntura de forma tal que las relaciones de fuerzas se vean alteradas a favor de quienes menos tienen (y contra aquellos que casi todo lo concentran). Al fin y al cabo, eso es lo que hizo Juan Domingo Perón, el coronel de origen humilde que combinó una perspectiva en la que el orgullo nacional coincidía con el orgullo obrero.

“El 17 de octubre era algo nuevo”, dice Cooke en 1965, en esa famosa intervención en la CGT de Bahía Blanca, luego difundida como folleto bajo el nombre de “Situación nacional y acción revolucionaria de las masas”. Allí el Bebe, o el Gordo –como le decían cariñosamente sus allegados– recuerda que en su nacimiento el peronismo fue “una anomalía”, una “quiebra de la normalidad”, una “interrupción fatal y transitoria del devenir histórico”, y fueron esas características las que le permitieron –a diferencia de socialistas y conservadores, radicales y comunistas, que era los “partidos tradicionales” de entonces– transformarse en el “nombre político” de esa nueva realidad del “movimiento de crecimiento del proletariado argentino”. 

¿Cuánto de las mutaciones del mundo del trabajo contemporáneo fue capaz de leer ese “peronismo de la reorganización nacional” de estas últimas cuatro décadas? No diría que nada, no sería tan obtuso, porque sobre todo Néstor Kirchner fue un lúcido y agudo lector de las transformaciones de la Argentina neoliberal (1976-2001), con sus luchas en defensa de los derechos humanos, por justicia y contra la impunidad, el olvido y el silencio, pero también, por “pan y trabajo”, por “tierra y vivienda”, que eran las consignas que mayormente levantaron las denominadas “organizaciones sociales” que se habían rebelado contra las gestiones del Estado de Malestar. Pero entre ese momento audaz de nacimiento del kirchnerismo como modalidad contemporánea del peronismo, y hoy, han pasado dos décadas (la misma cantidad de años que separaban a Néstor, al asumir como presidente, del momento en que Raúl Alfonsín se colocaba él mismo la banda presidencial). ¿Entonces?

Entonces Cooke, nuevamente, quien advertía que “querer traer pasado mediante una operación de pensamiento no es actualizar ese pasado, sino que es volverse pasado”. Digámoslo de una vez: el peronismo se ha “fetichizado” y es necesario recuperar su dimensión mitológica.

Otra vez Cooke, decía. Y su diatriba contra la burocracia, esa que cree que “las ideas son un vicio del pensamiento”, que los “mejores políticos” son “puramente pragmáticos”. Para recuperar un pensamiento salvaje, una perspectiva plebeya, una acción revolucionaria de masas, el peronismo debe sacudirse un poco de su modorra, recuperar audacia, asumir que el mito es tal si tiene un significado político concreto y conecta la historia con la actualidad. Sino es fetiche, frío mármol de estatuas y de placas, acartonados buenos modales en ceremonias. Pero las únicas ceremonias del peronismo que valieron la pena fueron las secretas, las oficiadas en la clandestinidad y la adrenalina de la resistencia, la que pujó por hacer popular todo gobierno construido al interior de las entrañas de la maquinaria liberal. 

Horacio González, agudo y lúcido lector tanto de Gramsci como de Cooke, supo destacar que, para él, el peronismo era un profundo conector de la memoria social argentina. El neoliberalismo, sabemos, procede fragmentando; no sólo la experiencia social contemporánea sino también las temporalidades. Es el mito, con su capacidad de trascender los tiempos lineales, el que puede religar fragmentos dispersos del pasado en función de dimensión presente que busque disputar los sentidos del futuro. 

Nada de eso parece estar apuntado en las agendas para este 17 de octubre. Pero como alguna vez señaló Louis Althusser, recuperando a Karl Marx, la historia, “suele tener más imaginación que nosotros”. Su advertencia pasada es nuestra contemporánea: “el porvenir es largo”. Pero para que no sea el porvenir de una ilusión, sino de una real transformación, deberemos esforzarnos por reconectar (aquí cito a Juan José Hernández Arregui) con el eslabón roto, con el nervio desgarrado de la historia nacional.