Por Mariano Pacheco

Arte: Lita.Ce

El 7 de agosto y San Cayetano: religiosidad, lucha social y mitos populares en una Argentina donde las y los de abajo persisten en no resignarse.

Mito y transformación social

La patria no sos vos, ni el otro, sino un nosotros, que no viene dado por ninguna sustancia, sino que es preciso gestar, fabricar. Como toda invención, no surge por arte de magia, sino a través de un arduo trabajo que implica aportar los materiales de lo nuevo en cada momento histórico, y recrear las tradiciones heredadas. No existe nación, por lo tanto, sin pueblo. Y no hay pueblo-nación sin prácticas sociales y políticas, pero tampoco, sin permanencias e innovaciones culturales, sentimientos compartidos, mitos forjados. Guevara –y vaya si hay mito nacional con proyección hacia la patria grande latinoamericana como el del Che– solía decir que una de las cualidades más lindas de un revolucionario es sentir como propio el dolor ajeno. Hermosa forma de expresar una idea potente: que no hay cambio social sin gestación de un nosotros, que se constituya en lo más impropio, es decir, en lo más común, más allá de las necesidades y anhelos personales, en ese cruce en el que las perspectivas de cada quien se aúnan con la de los demás, los semejantes. En este siglo XXI –es preciso afirmar– ese “Nosotros, el pueblo”, no puede ser sino asumido como un nosotres que dé cuenta de la amalgama diversa que nos implica y constituye como sujeto político.

Diría en ese sentido, que así como no hay cambio social sin un conjunto de prácticas impugnadoras del orden dominante, y una teoría en torno a ese proceso de transformación, tampoco hay historia nacional sin protagonismo y mitología popular. Porque es la fuerza del mito la que permite yuxtaponer pensamiento, pasión, sentimiento y acción, y constituir una temporalidad bajo la cual se pongan en juego distintos momentos de la vida de un pueblo. Pensar las últimas décadas de la Argentina requiere por eso prestar su debida atención al elemento fundamental que fue el de la emergencia de la Economía popular, respuesta de los sectores más humildes para sobrevivir en el marco de la reconfiguración del trabajo en el nuevo orden mundial neoliberal, pero  también, para comenzar a revertir las desfavorables relaciones de fuerzas, conquistar y ampliar derechos y empezar a pujar por un proyecto político que ponga en agenda no sólo los históricos reclamos de una clase trabajadora asalariada (y sus anhelos de justicia social) sino también a ese nuevo actor contemporáneo: el de las y los “poetas sociales” que cada día se inventan su trabajo; las y los descamisados del siglo XXI; trabajadoras y trabajadores informales, sin patronal, que sin embargo, entremezclaron las dinámicas de los nuevos movimientos sociales con esa rica herencia obrera de organización y lucha sindical, pariendo en 2019 (tras años, décadas de lucha social) ese experimento plebeyo que tomó el nombre de Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP).

Historia y punto de vista popular

La UTEP se conformó en 2019, en el contexto de derrota electoral del proyecto neoliberal encarnado en Argentina por el entonces presidente Mauricio Macri, a quien las economías populares enfrentaron combinando una estrategia de negociación sindical (las famosas “reuniones con Stanley”, que no hicieron más que expresar en un despacho estatal el momento de la relación de fuerzas alterada en las movilizaciones callejeras, que permitieron obtener numerosas conquistas para el sector) y una estrategia de disputa política institucional, acompañando, siendo parte de la construcción del instrumento electoral que posibilitó esa victoria en las urnas: la del Frente de Todos, diseñado por la ex presidenta (y candidata a la vicepresidencia) Cristina Fernández de Kirchner.

El acto de presentación pública de la UTEP, en diciembre de ese año, expresó en realidad un proceso continuado de unidad política del sector, que tuvo su momento decisivo el 7 de agosto de 2016. Entonces Cayetano dejó de ser sólo el “patrono del trabajo”, símbolo de los ámbitos eclesiásticos, para devenir en el “santo del precariado” (nombre bajo el cual intenté en ese momento delimitar al sector organizado de esa economía popular de aquél basto batallón de emprendedores y emprendedoras que trabajan de manera individual y también integran el sector), pasando a integrar ese mundo de mitologías populares inspirado en una religiosidad plebeya que combina misas y oraciones con bailes y procesiones y el vínculo íntimo de aquello que escapa a la comprensión racional con la ocupación del espacio público a través de altares callejeros, con sus respectivas ofrendas en bebidas y cigarros y hermandad junto a gauchos, cantantes o futbolistas, como Maradona, Gilda o el Gauchito Gil.

La movilización del 7 de agosto de 2016 tuvo la virtud de hacer confluir a organizaciones populares que por años habían permanecido separadas en torno a la posición que tomaban respecto de la antinomia kirchnerismo/ antikirchnerismo, pero también, poner en diálogo las distintas franjas de la clase trabajadora, y diversas temporalidades históricas. Así, en la marcha desde Liniers hacia Plaza de Mayo de aquél día, se reivindicaron en un mismo movimiento el proceso de luchas de las “organizaciones piqueteras” de los años noventa, el de las “organizaciones sociales” de la larga década kirchnerista y el de las “organizaciones sindicales” que tras el golpe del 24 de marzo de 1976 (que vino a cerrar el ciclo político peronista inaugurado el 17 de octubre de 1945) enfrentaron a la última dictadura cívico-militar, entre tantas jornadas, con la del 7 de agosto de 1982, cuando la CGT marchó a Luján levantando la bandera de “Paz, Pan y Trabajo”.

Influenciados por la figura humanista del Papa Francisco, el Movimiento Evita (que junto con el Movimiento de Trabajadores Excluidos, el Movimiento Popular La Dignidad, el MP Los Pibes y otras fuerzas sociales venía dándole forma desde 2011 a la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular –la CTEP–), el Movimiento Barrios de Pie y la Corriente Clasista y Combativa (CCC) conformaron entonces un polo de unidad al que rápidamente los medios masivos de comunicación comenzaron a denominar como el “Tridente de San Cayetano”, al que se le sumaron otra gran variedad de organizaciones de todo el país. De allí surge la agenda de “Tierra, Techo y Trabajo” que se sostiene hasta el día de hoy.

Economía popular y vida nacional

Pandemia, territorialidad comunitaria y disputa en y por los sentidos de la estatalidad es el tríptico desde el cual podemos pensar hoy a la economía popular organizada.

La pandemia del COVID 19 no fue igual para todos los países, y tampoco, similar para los distintos sectores sociales de una misma nación. De allí que, en Argentina, junto a la política de cuidados priorizada por el Estado, las propuestas de “cuarentena comunitaria” lanzadas por las organizaciones de la economía popular fueron fundamentales a la hora de garantizar las políticas de autocuidado. Así, la idea de “quédate en casa” devino en “quédate en el barrio” y gran parte de las actividades fundamentales para los sectores populares se mantuvieron en pie: comedores, merenderos y ollas populares, que ni en los momentos más críticos dejaron de funcionar, al ritmo de otras tareas socio-comunitarias y de cuidados, sostenidas fundamentalmente por mujeres, las grandes protagonistas del sector. El lanzamiento del Ingreso Federal de Emergencia (IFE) arrojó números que sorprendieron al funcionariado del gobierno entrante, puesto que se anotaron 12 millones de personas, de las cuales casi 9 millones se encontraron en condiciones de percibirlo (el 2020 fue el año en que quedó registrado que en nuestro país existe un amplísimo mundo de trabajo por fuera del empleo formal).

Con el advenimiento de la nueva gestión se conformó dentro del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación la Secretaría de Economía Social, militantes sociales como Mariel Fernández llegaron por primera vez a una intendencia (en Moreno), y el sector logró conformar un bloque con media docena de Diputados Nacionales, además de conducir el INAES y otras esferas del Estado. El malestar escuchado en boca de alguna de sus militancias, durante las elecciones de 2021 (“la clase política liberal pretende encerrarnos en el nicho de la tarea social”), puede ser la base para comprender la apuesta coyuntural en la que referentes de la economía popular se lanzaron a disputar por primera vez en las internas para varias intendencias (sobre todo en conurbano bonaerense), una gobernación (Santa Fe) y, con Juan Grabois, la de la presidencia de la nación.