Por Paula Farbman / Fotos: Antonella Giuso

“No llego a Congreso, eh” dijo el chófer del 56 y descendimos un grupo de mujeres que sin conocernos, guardabamos la complicidad de ir al mismo lugar. En esa clásica caminata que repara el desvío del colectivo y Congreso se entremezclan las imágenes de la zona céntrica: gente saliendo de oficinas, el vendedor de pañuelitos descartables, mujeres que se encuentran, que se llaman, que se dicen ‘estoy acá, llegué’.

La marea verde, en su primer encuentro masivo post-legalización del aborto, no abandona los pañuelos de la Campaña, más bien es llevado con orgullo en la mano, en la mochila, como vincha o top. Sin embargo, el color violeta comienza a ganar mayor terreno entre pañuelos y remeras que dicen “Ni Una Menos”. Esto es lo que urge, lo que se escucha en cada esquina entre los cantos que piden justicia por todas las mujeres desaparecidas y asesinadas este último tiempo. Cincuenta y cinco casos de femicidios registrados en lo que va del año. En el Paro internacional y plurinacional del movimiento feminista dos consignas toman fuerza: el Estado es responsable y si no hay una reforma judicial feminista ya, mañana hay una menos.

¿Por qué los femicidios villeros no aparecen en los noticieros? Pregunta un cartel. ¿Lichita dónde está? Pregunta otro. Se fusionan cientos de reclamos y urgencias que van desde visibilizar las condiciones de explotación del trabajo que la crisis pandémica impuso a mujeres, lesbianas, bisexuales, travestis, trans y no binaries hasta la lucha por la violencia racista y colonial, dejando asentado las pésimas condiciones que se enfrenta este gran colectivo a la hora de trabajar y vivir libremente.

Estoy sentada en la plaza intentando encontrarme con una compañera. Me llega un mensaje. “Entrá por Rivadavia” me escribe. Se refiere al Monumento a los Dos Congresos, en honor a la Asamblea del año XIII, convertido en este 8M en una suerte de palco feminista, donde conviven madres e hijas, adolescentes, adultas y mujeres trans que hacia el atardecer estamos reunidas dentro de un clima que es cálido y fraterno, mientras algunas pintan el monumento con la frase SE VA A CAER porque las paredes se limpian pero a las pibas las matan.

Dos mujeres que se encontraban allí llevan colgado un cartel con la foto de una mujer y la leyenda “Justicia por Teresa”. ¿Quién es? Pregunto. “Teresa era una vecina nuestra, la mató el cuñado hace un mes con un palo en la cabeza“ me cuenta Luz Morena, vecina de Monte Chingolo, localidad de Lanús y parte de MTL (Movimiento Territorial Liberación). “La dejó agonizando durmiendo con su bebé de dos años y recién al otro día el marido llamó a la ambulancia y contó lo que pasó como si no hubiera pasado nada. Él está prófugo y el cuñado creo que vive con la mamá y hace su vida normal. Pasó hace un mes y no pasó nada. No salió en casi ningún lado y todo sigue igual. Nosotras venimos a pedir justicia por Teresa Silvana Leguizamón y acompañar a la familia y a todas las mujeres y diversidades. Es fuerte estar acá, es la primera vez que vengo, es lindo y a la vez me molesta porque no creo que haya que pedir cosas que deberían ser normales pero bueno, hay que salir igual”.

No hubo un acto y las organizaciones políticas se fueron temprano. Se leyó un comunicado con el pliego de demandas. La pandemia no permite que todo sea como se quiere pero entre barbijos y alcohol en gel, la movilización se lleva adelante con la alegría del encuentro y el dolor de conocer, en carne propia, el abuso patriarcal físico, psicológico, simbólico y económico que recae sobre nosotras.

Hacia el final, camino con mi compañera hasta que cada una toma su rumbo y nos despedimos con un abrazo y las palabras que nunca faltan “avisá cuando llegues”.