Por Estefanía Cendón*

El Instituto Tecnológico Social Oscar Varsavsky no sólo hace honor a través de su nombre al legado conceptual y práctico que dejó el recocido químico, matemático y especialista en Física Cuántica. En la génesis de este espacio confluyen profesionales y técnicos de la ingeniería, las Ciencias Sociales, Ciencias Exactas, entre otras ramas, incentivados por un objetivo primordial: "Que la ciencia y la tecnología argentina sean protagonistas de un cambio social".

¿En qué consiste ese involucramiento? ¿Cuál es su alcance? "Abogamos por que el científico salga del laboratorio al que está acostumbrado, rompa con cierto esquema cientificista, renuncie a la preocupación abstracta de la ciencia per se y se vincule a los problemas que hay en la sociedad", sintetizó Thomas Viscovich, miembro del Instituto, en diálogo con Periferia.

Si bien hablamos de un nuevo actor en términos etáreos, el promedio de edad de quienes integran este espacio es de 30 años, estos jóvenes se inspiran en toda una generación de intelectuales cuyas reflexiones aportaron lucidez al momento de definir cómo era y cómo debería ser el vínculo entre la ciencia, la tecnología y la sociedad: Oscar Varsavsky, Jorge Sábato, Rolando García, Amílcar Herrera y Manuel Sadosky.

"La mayoría nos formamos en instituciones tecnológicas nacionales y participamos en desarrollos locales que fueron motivadores. Hoy vemos que cada vez hay más excluidos dentro de la sociedad que buscan alternativas para organizarse y sobrevivir. La economía popular tiene que ver con eso y en materia de desarrollo científico-tecnológico es un área donde hay mucho por hacer", afirmó Viscovich.

Periferia Ciencia: ¿Se puede hablar de una experiencia o actividad fundante del Instituto Varsavsky?

Thomas Viscovich: Sí, a fines del año pasado nos empezamos a juntar y la experiencia que nos congregó fue FARMACOOP, un laboratorio recuperado y autogestionado por sus trabajadores. Nosotros participamos de todo el proceso de recuperación de esta empresa y este fue el primer espacio de unificación que dio lugar al surgimiento del Instituto.

PC: El lema del Instituto es "Ciencia y Tecnología para la Economía Popular" ¿Cómo es el vínculo con este sector y qué potencial ven en él?

TV: A través de FARMACOOP empezamos a desarrollar esta idea. Hoy le estamos dando formato a ese lema con mayor hincapié en lo tecnológico, que es donde mejor nos desenvolvemos frente a diferentes empresas. FARMACOOP es nuestro ejemplo más concreto porque ahí surgió una necesidad a principios de este año, ante la pandemia generada por la COVID-19, que consistió en reacondicionar muchas de las instalaciones que ya tenía este laboratorio para la producción de insumos sanitarios como alcohol en gel y barbijos. Este contexto nos convocó a trabajar fuertemente, por ejemplo, en el caso del alcohol en gel a través de la readaptación de las líneas de producción. Cuando quisimos iniciar la producción había faltante de carbopol, un gelificante que se usa en la elaboración de estos insumos. Fue así como tuvimos que crear una nueva fórmula para generar un gelificante nuevo, lo que nos permitió acompañar a esta empresa recuperada y aportó una solución innovadora.

Más allá de esta asistencia tecnológica, también les brindamos asesoría en términos de gestión colaborando en lo relativo al ámbito regulatorio para que la ANMAT les otorgue las habilitaciones correspondientes. Inclusive pudimos establecer una alianza comercial entre cooperativas textiles, la mayoría de barrios populares del conurbano, y FARMACOOP para producir barbijos de calidad sanitaria.

PC: En el caso de FARMACOOP la asistencia que brindaron está orientada a la búsqueda de soluciones ante la pandemia. ¿Cómo será esa asistencia tecnológica, pensando en la postpandemia, respecto a la pluralidad de actividades que integran la economía popular?

TV: Nosotros creemos que la economía popular, más allá de la situación que vivimos hoy, va a crecer aún más. Si partimos de la idea de que está todo por hacer, lo tomamos como una cuestión positiva. Creemos que el desafío es cambiar la lógica con la que se relaciona el mundo del conocimiento con la economía popular. Con esto me refiero a que más allá de que la economía popular ocupe hoy el lugar de economía de subsistencia, también permite sentar bases que vemos en la práctica en los distintos emprendimientos existentes, se crean nuevas lógicas de distribución y de producción que marcan la diferencia porque ponderan el beneficio social más que el beneficio mercantil.

Nosotros desechamos completamente la lógica actual que tiene el sistema tecnológico dominante que es la lógica del patentamiento, de la cofidencialidad y abogamos por socializar conocimientos y crear una especie de código abierto dentro de la economía popular y que se comparta el know how. De esta manera buscamos aportar desde nuestro sector en materia de desarrollo tecnológico para mejorar las tareas, identificar necesidades, nuevas potencialidades.

PC: ¿Esto se circunscribe únicamente a la cuestión productiva?

TV: No. Ahora, por ejemplo, estamos identificando desarrollos preexistentes a instituciones tecnológicas para aportar soluciones en materia de alimentación saludable para niñez. En los productores agroecológicos hay un potencial enorme y también hay muchos alimentos desarrollados en instituciones como el INTA y consideramos que simplemente se trata de poner manos a la obra, tener un objetivo claro y trabajar en función de eso.

Además de FARMACOOP, desde el Instituto brindamos asesoría en el acondicionamiento de una línea de producción para una empresa alimenticia recientemente recuperada llamada "Mielcita". Los asesoramos en lo relacionado a políticas de calidad y acondicionamiento de las líneas de producción para que se adapten a las nuevas demandas.

Otro desarrollo en curso es la puesta a punto de una línea de producción y laboratorios para la fabricación de las tiras reactivas para tests de COVID-19. Hicimos un trabajo muy grande en lo que tiene que ver con control de temperatura y humedad en las instalaciones: reciclamos y recuperamos sensores que encontramos en las plantas, los readaptamos a las nuevas necesidades y realizamos la instalación de las máquinas. La experiencia resultó interesante porque nosotros fuimos el nexo entre el CONICET de La Plata, que hizo el desarrollo tecnológico, y el laboratorio FARMACOOP que puso las instalaciones a disposición con las máquinas. Destaco que estos test importados cuestan en el mercado internacional alrededor de 10 dólares mientras en el mercado local, gracias a un laboratorio público recuperado como FARMACOOP (ex ROUX-OCEFA), va a salir la mitad y abastecerá al Estado e instituciones públicas.

Queda claro que hay una potencialidad enorme en la economía popular tanto en desarrollar lo propio como en aprovechar lo ya desarrollado por instituciones claves en términos de proyecto de país como son los clusters tecnológicos.

PC: La potencialidad de un sector que representa al 25% de la PEA y que incluye una serie de saberes, muchas veces transmitidos generacionalmente, acerca de cómo producir que deberían ser valorados.

TV: Sí, hay una relación constante en el respeto a las formas de producción que contemplan el ambiente. Nosotros apostamos a que lo que hacemos se convierta cada vez más no sólo en acciones dirigidas a la economía popular, sino en una cuestión que se construye en conjunto.

Quizás por nuestra formación y la posibilidad que tuvimos de estudiar hoy podemos aportar desde un lugar específico, pero queremos que esos conocimientos se vayan incorporando dentro de este sector. Deseamos que en un futuro se cree un laboratorio científico-tecnológico, un CONICET de la economía popular. La estrategia tiene que ver con eso.

PC: En su obra más conocida, Estilos Tecnológicos, Oscar Varsavsky sostiene que los proyectos de desarrollo nacional pueden ser de dos categorías: empresocéntricos o pueblocéntricos, según dónde se ponga el foco y qué necesidades sean contempladas. Respecto a esta dicotomía, ¿Cuál es el rol o la misión social de la Ciencia y la Tecnología en una sociedad como la nuestra?

TV: La Ciencia y la Tecnología te otorgan soberanía y esa soberanía te brinda autonomía en cuanto al sector económico. Sin autonomía no tenés la posibilidad de decidir hacia dónde orientarte. Por lo tanto, las necesidades pueden existir como ideas pero no pueden tener potencialidad en la práctica debido a, esto que charlamos antes, que hay una falta de un CONICET para la economía popular. El rol de la Ciencia y la Tecnología en la sociedad sería dotarla de soberanía a nivel país y de autonomía a nivel sectorial.

En relación a lo que sostiene Varsavsky ahí está el desafío de crear un estilo tecnológico propio. Con propio no me refiero únicamente a que tenga que ver con la Economía Popular, nosotros creemos que hay una centralidad del Estado que es clave a la hora de sentar las bases de un proyecto de país y, por lo tanto, del lugar que ocupa la economía popular allí. En ese sentido el Estado debe apoyar a aquellos sectores que tienen que ayudar a identificar potencialidades para el sector y poner a su disposición instituciones científico tecnológicas. La Economía Popular no debe pensarse como una economía de segunda ya que tiene capacidades e, inclusive, prácticas mejores que algunas empresas privadas, en ciertos casos.

PC: ¿Qué factores contribuyeron para que la tecnología no se perciba como cercana a la sociedad?

TV: Primero nos tenemos que remontar a que casi 50 años de neoliberalismo dejaron consecuencias como esta: alejar cada vez más a la sociedad, los actores sustantivos y aquellos pilares fundamentales para construir un proyecto de país independiente. La condición de Argentina de país periférico-subdesarrollado que tuvo en su momento una centralidad, la que vemos en los trabajos de Jorge Sábato, Oscar Varsavsky, Amílcar Herrera, Manuel Sadosky y demás, surgen en ese momento donde Argentina era un país en desarrollo, líder en Latinoamérica y competitivo en algunos casos puntuales a nivel mundial. El neoliberalismo, a partir de la dictadura, vino a destruir todo eso. Esto tiene que ver con la Geopolítica y con que los países subdesarrollados, particularmente los del cono sur, no deben acceder a la posibilidad de crecimiento y expansión porque eso amenazaría una armonía que pregona cierto sector ideológico del mundo ya que la competitividad de los países líderes se vería perjudicada. Creo que acá está el primer elemento, situarnos en el contexto histórico.

También hay que considerar que distintos gobiernos intentaron recuperar desde la ética y desde lo concreto el rol de la Ciencia y Tecnología como central para el desarrollo de un país y humano. Esto es una batalla que hay que darla en términos políticos pero, sobre todo, en la práctica. Nuestra tarea como científicos, profesionales, tecnólogos y demás tiene que ser refrendar eso en la práctica: hacer que la ciencia y la tecnología sean protagonistas de un cambio social. Para eso es necesario un compromiso de los científicos, algo que falta mucho y abogamos por que el científico salga del laboratorio al que está acostumbrado, rompa con cierto esquema cientificista, renuncie a la preocupación abstracta de la ciencia per se y se vincule a los problemas que hay en la sociedad.

PC: ¿Cuál fue el rol de las instituciones del sistema científico-tecnológico argentino en relación al panorama que plantea?

TV: Creo que las instituciones ayudaron a que el vínculo sea más cercano con la sociedad. Hay aportes sectoriales, particulares de ciertos actores y sé que muchos luchan por eso. Pero son esfuerzos descoordinados todavía que no logran unificarse en uno solo, salvo algunas experiencias puntuales como las marchas en 2018 de la comunidad científica donde se plantó bandera. Aún así, fueron movilizaciones con componentes sectoriales del tipo "no me saqués el presupuesto", pero creo que detrás de eso sí hay esfuerzos puntuales.

Lo nuestro como Instituto es algo incipiente, aunque proyectamos a lo grande desde lo que pensamos, quizás con poco todavía, pero tenemos los pies bien sobre la tierra. Creemos que es mejor consolidar los trabajos y desarrollos en función de acercárselos a la sociedad y recién, luego, avanzar en ideas más complejas. Tal vez este sea nuestro aporte: priorizar la práctica, demostrar que es posible.

PC: ¿Qué ideas o experiencias los orientan en su trabajo como Institución y como profesionales?

TV: Lo que nos inspira a crear esta Institución es la experiencia del Servicio de Asistencia Técnica a la Industria (SATI), el convenio firmado en 1961 por la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) junto a la entonces Asociación de Industriales Metalúrgicos de la República Argentina (AIM, actual ADIMRA) con el objetivo de brindar asistencia técnica a la industria. Esto es algo muy parecido a lo que estamos desarrollando nosotros, aunque nuestro Instituto tiene otro nombre porque reivindicamos el trabajo del Oscar Varsavsky.

El aporte fundamental de Varsasky, más allá de Estilos Tecnológicos que es su obra clave, es el compromiso social del científico para ser protagonistas de un cambio social. Romper con el cientificismo, romper con la educación de la lógica empresarial que llama a que los científicos se preocupen únicamente durante toda su carrera por la empresa donde van a trabajar, cuánto van a ganar. Hay una cuestión que es urgente ya que en Argentina existen problemas elementales que no han sido solucionados: 6 de cada 10 chicos en el país son pobres, eso nos debe llamar la atención. Una tarea del científico es entregarse a eso a través de lo que pueda colaborar. Somos un grupo multidisciplinario, pero todos con la misma filosofía: ser protagonistas de un compromiso social.


*Nota gentileza de PeriferiaCiencia.com

Ilustración: Emiliano Guerresi