Por Mariano Pacheco

Diseño Emiliano Guerresi


Un nuevo aniversario de la rebelión popular del 20 de diciembre de 2001 en medio de una ofensiva sobre las grandes mayorías. Fantasmas del pasado y crítica política. 

Se producen en las militancias de la Argentina contemporánea dos imaginarios que, por contestatarios o progresistas que puedan presentarse a sí mismos, no son más que dos variantes de un mismo movimiento reaccionario. Uno es el de pensar a la crisis de 2001 como el lugar del infierno, del que por suerte Néstor Kirchner vino a sacarnos, para inaugurar un proyecto luego continuado por Cristina que, más allá de reveses de coyuntura, persiste impoluto hasta el día de hoy, a la espera de un próximo retorno. El otro es el de pensar a la rebelión popular de 2001 como un momento abortado por la restauración de la legitimidad de la institucionalidad burguesa operada por Néstor y luego consolidada por Cristina, que puede ser reanudada ante nuevas situaciones de crisis que atraviese el país. Ambos imaginarios están llenos de problemas, entre los cuales quisiera destacar uno fundamental: el que obtura modos creativos de vincularnos con la historia reciente de nuestra patria.

Un filósofo que me gusta mucho, Walter Benjamin, decía que articular históricamente el pasado significaba, de alguna manera, apoderarse de un recuerdo tal como relumbra en un instante de peligro. Y vaya si la Argentina no atraviesa en estas horas uno de esos momentos, en los cuales resulta fundamental recordar que el nervio de la mejor fuerza de los de abajo se encuentra en sus capacidades de revitalizarse nutriéndose de esas imágenes de antepasados esclavizados, más que en el ideal de futuras generaciones liberadas. 

Algo de todo esto se pone en juego en fechas como estas, en coyunturas calientes como la de este 2023, y no sólo por cuestiones meteorológicas, sino –sobre todo– por las condiciones económica y sociales en las que se llega a esa situación tan importante para las vidas populares (sentimientos religiosos mediante o no) como lo es el de la celebración de “las fiestas” (Nochebuena y Año Nuevo). Los días festivos, insiste Benjamin, son días de rememoración, y ese ejercicio implica vincularnos con el pasado de un modo menos automatizado al que solemos hacerlo cuando la crítica no aparece como elemento mediador. 

La forma más clásica de fetichizar el pasado, de sacarle todo su potencial revolucionario, es el de la simple efeméride, tan típica en la lógica instantánea de las redes sociales virtuales hoy en día: todo pasa de una imagen a otra y lo reciente es viejo a los pocos minutos. Entonces dame un meme que me haga reír, después un video que me haga emocionar, más tarde una foto que me haga calentar y, finalmente, una fecha que me exija recordar, para tranquilidad de nuestras bellas almas progresistas y de izquierda. Y todo pasa sin más, sin ser procesado el pasado y el presente, ni intelectual ni afectivamente. 


2001- 2017- 2023

Desde el primer aniversario de la rebelión popular y por más de una década y media, los 20 de diciembre se transformaron en todo lo contrario a lo que el acontecimiento de 2001 fue: del desorden creativo, la sorpresa, la combatividad, la ruptura con lo conocido y esperable, se pasó a los palcos ordenados, con sus listas de oradores y documentos elaborados con minuciosidad, las adhesiones escritas para ser leídas muchas veces incluso en ausencia de los cuerpos. 

El día en que verdaderamente el movimiento popular argentino hizo honor a esa fecha tan emblemática de su historia, fue en otro diciembre caluroso, pero no el mismo día, ni con palcos ordenados, ni listas de oradores, ni documentos elaborados con minuciosidad, ni adhesiones leídas, sino con los cuerpos en movimiento, movilizados, transpirados, a las corridas, en muchos casos arrojando piedras contra las “fuerzas de orden”, que entonces buscaban dar seguridad a quienes pretendían legislar contra los intereses de la clase mayoritaria de la sociedad, la trabajadora, sea ya jubilada, en ejercicio de un empleo o quienes se la rebuscan inventando un trabajo por fuera de la relación salarial. 

Por eso 2017, diciembre de 2017, hizo justicia respecto de los muertos del 19 y 20 de diciembre de 2001, pero también, mostró todos los límites a las pretensiones de reanudar un determinado pasado sin tener en cuenta los cambios acontecidos en el medio. Y en la Argentina de entonces, lo que había pasado en el medio, era una larga década de gobiernos progresistas, de militancias nacional-populares nacidas y criadas bajo otras lógicas a las que primaron en los años noventa con su “resistencia anti-neoliberal”, amén de las mutaciones subjetivas del conjunto de la sociedad. 

Quizás por eso, por más “ajuste y represión” macrista que se produjo en ese contexto de 2017, nada parecido a la respuesta popular que se dio frente al Estado de sitio decretado por Fernando de la Rúa en 2001 apareció en el horizonte. La historia es conocida: la bronca se canalizó en una estrategia electoral, que junto con la movilización social condicionaron las estrategias del conglomerado gobernante, lo llevaron a él mismo a una estrategia gradualista y más tarde a una derrota electoral, de la cual emergió en 2019 la experiencia del Frente de Todos, que rápidamente encontró entre algunos de sus sectores algo similar a lo que le pasó a una corriente del movimiento popular tiempo antes respecto de 2001: pretendieron reeditar el pasado como si nada hubiese sucedido en el medio. 

Y así como entre 2001 y 2017 pasaron los aires progresistas que reconfiguraron el escenario político, no sólo nacional sino también latinoamericano, entre 2015 y 2019, de manera más acelerada, aconteció otra gran mutación: la que nos trae al día de hoy.

de


No se trata de “volver” sino de reinventarse

La idea de que con “Alberto y Cristina íbamos a volver” era tan errónea como aquella que pensó que Macri volvíamos a los noventa y la larga década iba a terminar con el presidente huyendo de la Casa Rosada en helicóptero, así como esa otra que sostiene que el fin del 2023 nos da paso al inicio de 2001. Es esa imposibilidad de efectuar un “análisis concreto de la situación concreta” de cada coyuntura (como sugería hacer el Pelado Lenin), que se complementa con ese impedimento por hacer salta el continuum de la historia, para “cepillar la historia a contrapelo” y gestar una empatía con quienes pelearon antes (como incitaba a hacer Benjamin), que nos deja frente a esta dificultad actual: la de darnos citas con una imaginación política capaz de crear algo nuevo (un nuevo repertorio, nuevas categorías de análisis, nuevas consignas y sí, también, alguna nueva canción). Como sabemos, toda creación auténticamente popular suele ser una reinvención (ejercicio audaz que no se vincula al pasado para invocarlo como autoridad sino como inspiración para un nuevo andar). De allí la importancia del archivo, de ese trabajo con la tradición de los oprimidos. No para reeditar en el presente situaciones del pasado, sino para valorar y potenciar los elementos actuales (por ejemplo, la capacidad de despliegue masivo a nivel territorial y de movilización del movimiento social) y detectar sus limitaciones, en post de revisitar secuencias del pasado que quizás nos ayuden a repensar los obstáculos de la actualidad. Uno de ellos, claramente, es que hoy tenemos menos poder de impugnación frente a las políticas regresivas para las grandes mayorías que el que se tenía en 2001. Y que ante los ritmos acelerados en que la gestión de La libertad (de propiedad), avanza, es necesario recuperar, porque habrá patria para todes, o no habrá patria pa naides.