El Padre Mugica y nuestras luchas contra la pobreza y la exclusión

El Padre Mugica y nuestras luchas contra la pobreza y la exclusión

Por Federico Di Pasquale* 

Ilustra Lita.Ce

El 11 de mayo de 1974 asesinaron al sacerdote Carlos Mugica y se volvió con su sangre el símbolo máximo de la iglesia en el compromiso con las villas, los sectores populares, en las luchas de liberación del Tercer Mundo frente al Imperialismo. Su labor territorial es fundamental para entender el entramado de la organización popular plebeya, no solamente de su tiempo, sino de los últimos años y también de la actualidad. Evangelizó en la Villa 31 de Retiro que hoy lleva su nombre; también entre los campesinos del Chaco santafesino, entre otras actividades militantes. Ese fatídico sábado en que acabaron con su vida física pero de ningún modo espiritual y política, recibió 14 balazos de parte de una banda de asesinos dirigida por Rodolfo Eduardo Almirón, sicario de “El Brujo”, cuando salía de oficiar una misa en la capilla San Francisco Solano. Sus restos fueron llevados por miles de villeros al cementerio de La Recoleta, hasta que en 1999 fueron trasladados hasta la Parroquia Cristo Obrero, en la Villa de Retiro, donde él había predicado a los más humildes.

Sobre su vida abundan miles de páginas, por lo tanto, queremos recuperarlo como símbolo para pensar luchas posteriores, relacionarlas con nuestras experiencias militantes. El 21 de abril de 2014, los vecinos de las villas de la ciudad de Buenos Aires instalaron junto al obelisco la Carpa Villera. Consistió en realizar 53 días de huelga de hambre rotativa, reclamando al gobierno de la Ciudad políticas públicas para urbanización con radicación en los barrios populares. Hacia allá fui desde la ciudad de Santa Fe junto a un grupo de compañeros de aquel entonces, teniendo total desconocimiento de las organizaciones y movimientos sociales que estaban desarrollando la acción. Estuvimos tres días en la carpa. En lo personal me marcó y me generó una pregunta sobre cuál era la identidad de estos movimientos y una gran admiración por la vida y obra del Padre Mugica. Luego, nos adentramos en los locales y espacios comunitarios de la Villa 31, hoy barrio Padre Mugica, y llegamos hasta la parroquia Cristo Obrero. Pensar que nuestros pasos vienen de huellas en el barro que tienen 60, 50 años, me emociona. Que la estructura neoliberal del país siga siendo la que es, que la pobreza y la exclusión se hayan profundizado, me hace hervir la sangre.

La Corriente Villera Independiente (CVI), brazo territorial del Movimiento Popular La Dignidad, estaba sosteniendo la acción y se identificaba con las imágenes de Ernesto “Che” Guevara y del Padre Mugica. La acción estaba coordinada con otras organizaciones: La Poderosa, Frente Popular Darío Santillán, Marea Popular, el Movimiento de Trabajadores Excluidos. Además, el equipo de educación popular Pañuelos en Rebeldía sistematizó la experiencia y publicó un libro.

La Corriente Villera Independiente cita al Padre Mugica cuando poco tiempo antes de ser asesinado por la Triple A dijo:

“La justicia se encarna en la vida entera de la sociedad. No basta darle a cada cual lo suyo en un plano meramente individual. No se trata de que los individuos ricos ayuden a los individuos pobres, sino que se trata de que los pobres dejen de ser pobres” (Fernández et al, 2015, p. 253).

Y siguen:

“Estos principios renacen con la Carpa Villera. Los 53 días de huelga de hambre expresan no sólo nuestra convicción de dar una parte de nuestras vidas por una causa justa, común, colectiva de millones como lo es la Urbanización con Radicación de las Villas. Sino que desnuda, en el centro mismo de la Ciudad de Buenos Aires la opresión y explotación de este sistema. Pero, simultáneamente, ofrece una salida: la organización, la lucha, la unidad, la justicia de Mugica, la justicia del Che, la justicia de los y las Villeros/as de esta ciudad” (Fernández et al, 2015, p. 253).

Hernán Ouviña, politólogo, integrante del Movimiento Popular La Dignidad por aquellos años, menciona al marxista peruano José Carlos Mariátegui porque solía decir que había que corregir al filósofo Descartes, y pasar de “Pienso, luego existo” al “Se lucha, luego se existe”. “[Hay] una dimensión mítica y movilizadora de ciertas imágenes y consignas altamente convocantes” (L’Huillier y Ouviña, 2017, p. 55) como el Che o el padre Mugica que resultan fundamentales:

“[Existe] una lucha por instituir un sentido compartido en torno al derecho a la ciudad, a partir de un símbolo o demanda específica -la urbanización con radicación-, fue pues la lucha por irradiar al conjunto de la sociedad la legitimidad del ejercicio de ese derecho básico, no solamente por parte de las y los villeros, sino del conjunto de las clases subalternas. La pelea para que esta propuesta devenga un ‘nuevo sentido común’, se haga carne y pasión más allá de quienes impulsaron originariamente este reclamo, supuso la instalación como consigna política aglutinante” (L’Huillier y Ouviña, 2017, p. 57).

Se mueven en el horizonte propuesto por Mariátegui (1970) y retomando a George Sorel y se refieren al mito, no en los términos de una mentira o ficción imposible de concretar como reclama la izquierda clásica según la cual “peor es mejor”, sino en la clave de un conjunto de imágenes-fuerza (el Che, Evita, el Padre Mugica) que, arraigadas en las condiciones de vida concretas de los sectores populares y en su memoria colectiva, evocan sentimientos, cohesionan a las masas y las dotan de condiciones subjetivas para potenciar la lucha emancipatoria.

Cada una de estas resistencias, potenciadas entre ellas, deben tornarse mecanismos de ruptura y focos de contrapoder, que aportan en favor de las clases subalternas, los proyectos tendientes al autogobierno, prefigurando y buscando: “Nuestro proyecto -concluyen- implica concebir a la ciudad como bien común, defender a lo público como aquello colectivo que nos pertenece a todos y todas, impulsar el ejercicio cotidiano del autogobierno en nuestros territorios, rechazar a la ciudad empresa y reivindicar la identidad barrial, así como el recuperar a la praxis política como herramienta comunitaria" (Corriente Villera Independiente, en L’Huillier y Ouviña, 2017, p. 76). Para explicar desde un ángulo filosófico cómo los villeros “habitaron” por 53 días el espacio público en pleno centro porteño, Ouviña recurre a Martin Heidegger, quien hablaba sobre el “habitar pleno”, que significa lo digno de ser preguntado y pensado (Heidegger, 1997).

La carpa es azul y blanca. Adentro todo el tiempo hay actividades que buscan la participación masiva de apoyo posible: desfilan actores, artistas, profesores y decenas de personas apoyando el reclamo. Las ratas se asoman entre las baldosas y vuelven a esconderse. Dormir en la parte trasera de una camioneta no fue fácil. Salió el sol. Me restriego los ojos y Buenos Aires ya arrancó con su tránsito alocado, las publicidades enormes, las personas en situación de calle. La bandera blanca de la Corriente Villera Independiente está colgada adentro. Estamos presentes cuando el poeta, dramaturgo, periodista, filósofo, docente, abogado y militante de los derechos humanos Vicente Zito Lema ofreció una charla en homenaje al cura villero Carlos Mugica. Se percibe un clima de solidaridad, compañerismo, en donde la participación implica un aprendizaje para muchos militantes de las organizaciones, sobre todo de las villas, que eran quienes estaban sosteniendo la actividad con acompañamiento de militantes de otros sectores.

El encuentro con la experiencia de la Carpa Villera fue movilizador, porque se trataba de una izquierda y/o un peronismo muy diferente a lo que conocía. No sobrevolaba ese aire intelectual de otras organizaciones y partidos, sino que el eje era esa capacidad de auto-organización desde abajo que se fue tejiendo en los últimos años, la Carpa Villera puso en crisis un mecanismo de sometimiento del poder político que tiene que ver con la dinámica de hacer esperar como un dispositivo de domesticación de las clases subalternas.

Cuando llegamos caminando por la entonces Villa 31 de Retiro a la parroquia Cristo Obrero me sentía igual que si hubiera estado en el gólgota o en la escuelita de La Higuera en Bolivia. Había visto cómo en las ambulancias de las organizaciones sociales y en sus banderas estaba la figura del padre Mugica junto al Che Guevara, en la Carpa villera. Éramos militantes de Santa Fe que habíamos ido a apoyar la causa y conocer la experiencia, en gran medida influidos por el gran magnetismo de esos rostros mártires que, habiendo luchado en otras décadas, nos miraban ploteados desde los vehículos de la Central de Emergencias Villeras.

Volví con la sensación de haber encontrado algo nuevo o al menos desconocido para mí. Algo que estaba vivo. Me llevó a luchar, creer, construir un vínculo entre izquierda, peronismo y cristianismo, bien villera, plebeya, en la senda del padre Mugica, porque él hace que los compañeros y compañeras de la villa se comiencen a cuestionar las dimensiones políticas de la existencia. Una lectura de la Biblia como un dispositivo revolucionario, porque Dios se revela a través de la historia de las luchas. Enseña que, además de la dimensión irrenunciable del amor al prójimo, también estamos condicionados, determinados por estructuras de poder que nos condicionan y nos oprimen.

En la misma senda, Camilo Torres, otro profeta de los pobres dirá: "Los que hoy no tienen techo en América latina son legión, por lo tanto, el modo de lograr que esos hermanos míos tengan techo es hacer la revolución". Es decir, cambiar las estructuras y abrir la posibilidad que el pueblo acceda al poder. Esa es hoy, frente al avance de la derecha, nuestra misión. Conquistar los lugares de poder y cambiar radicalmente las estructuras que nos oprimen. El padre Mugica, junto al Che Guevara y Evita, entre otros, siguen flameando en las banderas de quienes queremos un mundo con justicia social para los oprimidos del Tercer Mundo.

* Licenciado en Filosofía por la UNL. Integrante del Instituto Plebeyo.