Por Federico Di Pasquale

Ilustraciones Brutta

Han pasado 27 años desde aquel 12 de abril de 1997, cuando en el segundo Cutralcazo, la represión policial asesinó a Teresa Rodríguez, una joven de 24 años, empleada doméstica, que no formaba parte de la acción popular, sino que estaba dirigiéndose al trabajo, lo que provocó una enorme pueblada en que se incendiaron comisarías y una multitud de 15.000 personas acompañando al cortejo fúnebre. Su nombre se convirtió en símbolo de una época, además de bautizar al Movimiento Teresa Rodríguez (MTR) de cuyos desmembramientos, surgieron otros Movimientos, como La Dignidad, que fue el MTR La Dignidad, por ejemplo.

Con el telón de fondo de la desocupación y el desmantelamiento estatal otra vez, como en aquellos convulsionados años 90, queremos que la figura de Teresa nos lleve a revisar las ideas-fuerza de aquella época que hoy, frente a un Estado que recorta los recursos a las organizaciones y que reprime, debemos recuperar. Parece que otra vez estamos en los 90, al no contar con un mapa conceptual, como las generaciones anteriores, las organizaciones y movimientos de desocupados de la época de los piquetes en Argentina, que se reconocían como los primeros en no poder apelar a una filosofía de la historia progresiva.

Tenían al zapatismo como algo reciente y muchos años de experiencias solidarias territoriales, pero los piquetes eran algo que parecía, como la experiencia de Chiapas, emerger inesperadamente, cuando se suponía que el juego había terminado. El zapatismo era el ejemplo de que, para continuar luchando por la justicia social tras el cambio de época, había que escribir significados políticos que tengan que ver con la auto-actividad de las masas.

Ese fue el espíritu que habitó a las organizaciones de desocupados, al movimiento de fábricas recuperadas, a las asambleas barriales, a los numerosos colectivos culturales, a las experiencias de comunicación contrahegemónica y diversas organizaciones populares que se nutrían de esa libertad conceptual. Las formas imperantes para los sectores del movimiento piquetero durante el ciclo de luchas autónomas (1996-2002) tienen que ver con la dinámica política comunitaria, de matriz territorial, propia de las formas de construcción popular imperantes en aquella época, que según Cerdeiras (2012) -en la clave de Alain Badiou-, desembocó en el “acontecimiento” de diciembre del 2001: momento sobre el cual se debe pensar lo que sigue.

Dos años y medio después del 1º de enero de 1994 en Chiapas, ese proceso y ese ideario se vieron reflejados en nuestro país y, el 26 de junio de 1996, los pobladores de la Patagonia argentina, en las ciudades petroleras neuquinas de Plaza Huincul y Cutral Có, iniciaron este ciclo de luchas autónomas. Las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 funcionan como símbolo de la izquierda autónoma y, el 26 de junio de 2002, con los asesinatos de los militantes Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en los hechos del Puente Pueyrredón, oficia de trágico cierre de ciclo.

Se desarrolló una intensa autoactividad popular en manifestaciones y acciones públicas como ser cacerolazos y “escraches” realizados por los sectores medios empobrecidos, hasta las protestas de los movimientos piqueteros organizadas por los desocupados. Además, cobraron nuevo impulso las experiencias autogestivas de fábricas recuperadas y las formas emergentes en “asambleas barriales”. Estas constituyen experiencias de poder popular y nuevas formas de organización.

Se orientaron más bien a pensar la autonomía como un proceso para ampliar la visibilidad de los mecanismos de sujeción que nos atan, esbozando en nuestras prácticas sociales, personales y colectivas. Han emergido nuevas alternativas de participación: la imposición de soluciones concretas desde abajo.

Esta gesta de ciertos sectores del pueblo pone en duda la totalidad del sistema de dominio hegemónico, incluso las estrategias y tácticas que pretenden combatirlo. En efecto, las acciones sociales y políticas en el campo de las autonomías se sitúan en una ruptura respecto de los proyectos de centralidad estatal de décadas anteriores, ya sean de corte reivindicativo o confrontacional emprendidos por reformistas o revolucionarios.

En Argentina comenzaron a emerger nuevos espacios por fuera de los partidos tradicionales, en donde las clases subalternas desarrollaron formas de participación política. Fue la época de auge y “moda de las autonomías” (2001-2002) como forma alternativa de lucha frente a las izquierdas tradicionales que muy pronto fue adoptada y apropiada por diversas experiencias del campo popular a lo largo de todo nuestro continente. Se trató de la construcción de autonomía que impulsa la sustitución de la estrategia de centralidad estatal (conquista o asalto) por la centralidad del poder hacer popular como alternativa emancipatoria.

Las clases subalternas intentaban impugnar las políticas neoliberales que fueron generando puebladas, cortes de ruta, como herramientas para la protesta social. Surgen en la zona del Gran Buenos Aires los movimientos piqueteros, que son los orígenes de los movimientos actuales y también en otras provincias. Así, fueron surgiendo los MTD (Movimiento de Trabajadores Desocupados), la CCC (Corriente Clasista y Combativa), la FTV (Federación de Tierra y Vivienda), el MTL (Movimiento Territorial de Liberación), el ya citado MTR (Movimiento Teresa Rodríguez), el Polo Obrero, el Movimiento Barrios de Pie, el MIJD (Movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados), el MST (Movimiento Sin Trabajo), la CTD (Coordinadora de Trabajadores Desocupados), entre otros.

Estos movimientos mantienen ideas fuerza, de las cuales la deliberación y la participación son centrales. En ese sentido, el MTR expresó:

“El alma de nuestro movimiento son los Cabildos (asambleas). Quienes integramos el MTR gobernamos y deliberamos a través de nosotros mismos. No delegamos en nadie el gobierno ni nuestra capacidad de deliberar. Nos reunimos en cabildos y decidimos por consenso o por mayoría qué se hace o se deja de hacer. Además, elegimos entre nosotros a los compañeros que consideramos los más capaces para encabezar la ejecución de lo resuelto” (Manifiesto fundacional Movimiento Teresa Rodríguez).

Para el politólogo y militante popular Hernán Ouviña sería incorrecto reducir los piquetes a interrupciones de calle o ruta, ya que las acciones que lo constituyen como grupo pasan en el territorio, por fuera del piquete. Al igual que los zapatistas mexicanos y los Sin tierra de Brasil, se construyeron instancias de poder autónomas, de subsistencia con respecto al mercado capitalista y al Estado. Estas organizaciones tienen que ver con otra manera de organizarse y construir “poder popular” en experiencias locales que no esperan la “toma del poder”. El territorio aparece como un espacio donde ocurre, con todas sus contradicciones, el nacimiento de nuevas experiencias sociales.

El ciclo argentino 1996-2002 implicó la emergencia de una nueva izquierda autónoma que adopta el punto de vista de la crisis y que ve en ella un gran potencial de ruptura y producción política de otro tipo. Asimismo, este período exhibe rasgos de autoorganización movida por el “acontecimiento” que implicó la destitución del marco de representaciones de la democracia neoliberal y el descrédito también de los partidos clásicos y organizaciones, izquierda incluida. En algo nos parecemos.