Por Mariano Pacheco

Ilustra: Emiliano Guerresi

Desafíos políticos frente a un gobierno entrante que promete mayor dependencia para el país y una profundización de la precarización y empobrecimiento para las grandes mayorías.

Son horas de definiciones para la Argentina. Los resultados del ballotage sorprendieron a propios y ajenos, sobre todo, por la holgada diferencia a favor de Javier Milei, quien ganó en 21 de 24 provincias del país, con 11 puntos de diferencia sobre su rival. La derrota de Sergio Massa aparecía como una posibilidad, bastante concreta más allá de la capacidad de incrementar votos que tuvo entre las PASO de agosto y las generales de octubre, pero así y todo –contradicciones y fisuras en el bloque adversario de por medio– nadie especulaba con una diferencia tan grande. 

Obviamente, haber llegado a la elección de este domingo con lo que parecía una posibilidad bastante cierta de triunfo –por la amplitud de adhesiones que cosechó– fue un gran mérito del candidato de Unión por la Patria, pero el hecho de haber sido el ministro de Economía –y vocero del proyecto oficial durante estos últimos meses–, que culmina el mandato con una situación de 140% de inflación y 40% de pobreza, ha pesado más en el imaginario popular que la “pesada herencia” que dejó al país el desastroso gobierno de Mauricio Macri en el período anterior (con pulverización de los ingresos de las grandes mayorías y una deuda con el FMI que hipotecó no sólo la suerte de este gobierno sino los destinos de la patria por varios años).

De allí que la idea de los libertarios centrada en un ataque a la “casta” pudiera hacerse finalmente con una parte de esa casta denunciada, en un combo de apelaciones al cambio, pero combinadas con incitaciones a retomar las apuestas de shock del sector duro de Juntos por el Cambio que se vieron en su momento desplazadas por las del gradualismo. Así que ahora vienen por todo. Porque el proyecto que se impuso en las urnas (por segunda vez en menos de una década), pretende implementar con consenso social aquello que durante un siglo las clases dominantes buscaron imponer por medio de golpes de Estado, fraude y proscripciones. 

El problema no es sólo nacional: las derechas, en su crecimiento, son un fenómeno mundial (y no sólo las “neoliberales” sino también estas nuevas variantes con ribetes conservadores y autoritarios en muchos casos teñidas por concepciones neofascistas); y Latinoamérica se encuentra empantanada tras el agotamiento del ciclo de gobiernos progresistas y populares (una u otra denominación según los países) que nacieron tras un período previo de revueltas y rebeliones populares. Así y todo cabe asumir, autocríticamente, las responsabilidades que en ese contexto internacional y regional desfavorable tenemos las militancias populares, dirigencias políticas, pensadorxs críticxs y comunicadorxs del amplio campo nacional, popular, progresista y de izquierda, que evidentemente no podemos o sabemos afrontar con respuestas eficaces los turbulentos cambios de época. En todo caso, más que escudarnos en las correlaciones adversas de fuerzas en el mundo y el continente, deberíamos repensar cuánto de nuestras prácticas y conceptualizaciones nacionales están contribuyendo a revertir esa situación en el país, la patria grande y el sur global, en medio de una crisis civilizatoria que está llevando a la humanidad ante un abismo.  


Resistencia y nueva hegemonía popular

La alianza con un sector fundamental del PRO puede darle a La Libertad Avanza los cuadros necesarios para iniciar la gestión de gobierno con la cantidad de personas requeridas para cubrir la administración central del Estado nacional. A diferencia de 2015, este conglomerado no pudo triunfar en la provincia de Buenos Aires, donde la fortaleza de Axel Kicillof garantizó no sólo su reelección sino también –desde ahora– lo que será un faro simbólico de contrapeso a la avanzada reaccionaria que todo indica desplegará el nuevo gobierno contra las grandes mayorías y resortes centrales de la soberanía nacional. 

De allí que dos cuestiones cruciales se impongan para la nueva etapa. En primer lugar, la resistencia social, que en el corto plazo deberá ponerse en pie sin especulaciones espurias ante cada medida que perjudique los intereses concretos de los sectores populares. En segundo lugar, una política activa para conjurar el corporativismo y avanzar hacia la reconfiguración del espacio nacional-popular de modo tal de estar en condiciones, en el mediano plazo, de construir la alternativa de gobierno capaz no sólo de derrotar en las urnas este proyecto antipopular que gobernará la Argentina desde el 10 de diciembre de este año, sino también de repensar/ reelaborar los lineamientos centrales de una nueva hegemonía popular. 

Indudablemente, el de Milei es un gobierno que surge de las urnas y cuenta con una legitimidad. Pero no hay que olvidar que casi la mitad de la población repudió abiertamente sus postulados, y el 44% cosechado por Massa en la elección expresa el pensar, el sentir y la apuesta amplia de sectores democráticos que tienen entre sus valores la defensa de la soberanía, de los derechos humanos y la justicia social como estandarte de una memoria social que supo ser mayoría durante muchas décadas. Si a ese 44% le sumamos el porcentaje de quienes habiendo votado a Milei comparten gran parte de esos valores y que sus vidas se verán directamente afectadas por medidas del nuevo gobierno, puede verse con claridad que la balanza sea proclive a inclinarse nuevamente más temprano que tarde hacia este lado. 

¿Estarán a la altura las organizaciones sindicales, los movimientos populares, las fuerzas políticas de matriz nacional-popular, progresista, de delinear una estrategia que combine el reclamo social en sus múltiples demandas y expresiones, la defensa del salario y los derechos laborales, con una apuesta democrática por la gestación de un nuevo liderazgo ético-político de las grandes mayorías? ¿Podrá quebrarse el corporativismo que lleva a muchas organizaciones sociales y sindicales a priorizar pequeñas victorias parciales a nivel reivindicativo a costa del empobrecimiento generalizado para el conjunto? ¿Dejarán de negarse, sobre todo desde “la política” peronista –como se ha hecho hasta ahora– los planteos de quienes cada día inventan nuevos modos de trabajo no-asalariado y otras novedosas formas de canalizar agendas contemporáneas inscriptas en el marco de activismos y colectivos feministas y disidentes, ecológicos y cooperativos, comunicacionales y culturales, de organizaciones territoriales de matriz comunitaria, y economías sociales y populares? 

El futuro de la vida que queremos depende en gran medida de ello. Queda por verse si apostaremos todas las energías a desplegar el máximo de creatividad ante los nuevos escenarios, recuperando lo mejor de nuestra historia, o si quedaremos fragmentados en luchas, agendas y apuestas en las cuales todos estos elementos caminen por carriles separados, demorando así las posibilidades de recrear una nueva senda a transitar en esta larga marcha hacia la emancipación en la que nos encontramos quienes no nos resignamos a tener que elegir cada cuatro años la opción menos mala del mercado electoral.