Por Mariano Pacheco*
¿Por qué recuperar a Lenin para la actualidad del siglo XXI? ¿Qué tiene para aportarnos, cien años después de su muerte, a las militancias populares que pujamos por la emancipación?
Hoy se conmemoran cien años transcurridos desde la muerte del líder de los bolcheviques en Rusia. Un siglo en el que la humanidad ha vivido los cambios más acelerados y profundos de su historia. Este aniversario se conmemora en una época atravesada por lógicas de instantaneidad en la que todo proceso queda viejo al poco tiempo, en el que la misma idea de proceso se pierde en el mar de colección de imágenes de episodios que se nos presentan desconectados unos de otros y ante los cuales las personas –incluso quienes nos inscribimos en dinámicas de militancia– nos vemos envueltas muchas veces en situaciones que vivenciamos más en términos de espectadores que de agentes de la historia. ¿Qué interés tiene entonces Lenin en la actualidad de quienes pretendemos recrear el imaginario (y la estrategia) de una izquierda nacional, popular, democrática, que no descarte a la carpeta de spam o de correos no deseados las perspectivas de revolución?
1917: Lenin se encuentra exiliado de su país Rusia, en el contexto en que éste se ve envuelto en la Primera Guerra Mundial, luego de que hayan fracasado los intentos revolucionarios de una década atrás en Rusia y a cuatro décadas de que haya sido aplastado a sangre y fuego el primer intento de construcción de un gobierno obrero en Europa (“la forma política por fin descubierta” por la clase obrera, tal como Karl Marx caracteriza a la Comuna de París). Las grandes masas populares de Rusia están hambreadas y son analfabetas, si bien existe un proletariado concentrado y un tejido social, político y cultural de vanguardia muy pujante (Rusia parió en unas décadas corrientes como la de los populistas, marxistas profundamente involucrados con la elaboración teórica y el compromiso con la revolución, y venía de contar con la presencia de escritores de la talla de Dostoievski y Tolstoi). En ese momento, Lenin estudia La lógica de Hegel, venía de estudiar rigurosamente El capital de Marx. Es un dirigente político a la vez que un filósofo militante. Su gran virtud, como la de los grandes revolucionarios comunistas, es la de combinar una gran capacidad de elaboración teórica, de estratega político y de constructor de la fuerza capaz de llevar adelante grandes cambios sociales.
Pero no nos interesa aquí resaltar las virtudes personales del personaje, sino erigir a Lenin como el gran maestro del método revolucionario, que hoy puede pensarse como parte de los desafíos colectivos a abordar por quienes no pretendemos mejorarle la vida a la gente, sino construir la fuerza política popular capaz de protagonizar grandes transformaciones epocales en sentido emancipatorio, transformar la situación de las masas oprimidas y explotadas por el capital, políticamente dominadas y subjetivamente sujetadas por las lógicas de patronazgo en un cuerpo político capaz de darse a sí mismo una perspectiva para cambiar la sociedad.
Lenin funciona entonces, así, como nombre singular de una epistemología proletaria: el punto de vista que permite pensar una formación económico-social específica en los marcos de las mutaciones del capitalismo a escala global; proceso de conocimiento (crítica del orden existente) que se nos presenta inseparable del conflicto de clases, de las luchas que constituyen esa relación social, de las estrategias que componen un modo de organización a través del cual las ideas devienen fuerza material capaz de cambiar las relaciones de fuerzas e imponer una direccionalidad del proceso. Teoría sobre la totalidad social desde una posición específica: la de la clase que padece la explotación y se rebela contra ella para construir un orden nuevo, eso es el leninismo: ciencia proletaria capaz de otorgar una explicación racional del proceso, elaborar los argumentos que permitan salirse de esa situación a través de la lucha y capacidad política de conectar con el nervio que mueve una fuerza militante capaz de direccionar la lucha de masas hacia un determinado objetivo emancipatorio.
Estos cien años han sido crueles con Lenin: el proceso que lideró devino en formas de burocratismo de un Estado que lejos de “extinguirse” con la desaparición de las clases se transformó en una gran maquinaria que no sólo enfrentó y derrotó al nazismo en la Segunda Guerra Mundial (jugando el Ejército Rojo un papel destacado en esa cruzada contra la barbarie) sino que también aniquiló a lo más dinámico de la Revolución; el “rey de la táctica”, astuto lector de los cambios bruscos de la realidad y audaz constructor de tácticas capaces de reposicionar las fuerzas a gran velocidad para no perder eficacia y detectar los momentos precisos que abren las posibilidades de cambios fue transformado en dogma de estáticas y trans-históricas posiciones de burocráticas estructuras que, lejos de dinamizar y posibilitar la participación de las grandes masas en los procesos de cambio, pretendieron sustituirlas en nombre de un saber elitizado. Para mal de males, la condena a su figura (o simple y necia ignorancia de sus magistrales aportes) primó entre las militancias que buscaron nuevos caminos para las ideas y las prácticas de las izquierdas.
¿Por qué recuperar a Lenin para la actualidad del siglo XXI? ¿Qué tiene para aportarnos, cien años después de su muerte, a las militancias que pujamos por la emancipación?, nos preguntábamos al comienzo de este breve texto de homenaje.
Creo que hay algo de la desmesura de Lenin que quizás convenga ser hoy rescatado, junto a la necesaria cuota de “prudencia spinozista” que permitan cuidar las fuerzas populares frente a la arrogancia homicida de los poderes dominantes actuales.
En la antigua Grecia antigua el término “hybris” designaba la transgresión de los límites impuestos por el orden, concebido en términos naturales. Su traducción como desmesura, y sus usos frecuentes, psicologizados, en el mundo contemporáneo, suelen darle mala prensa, como suele decirse. Sinónimo de narcisismo, de arrogancia, de desequilibrio, de irracionalidad… todas características que la “mala prensa” supo adjudicarle al líder bolchevique.
Me gustaría pensar aquí a Lenin como símbolo de la desmesura en tanto vocación excesiva, asunción de que todos los grandes cambios en la historia (de la historia) implican alguna dimensión de desproporción respecto de lo que se nos presenta como posible.
Este cronista no estudió griego, no cuenta con doctorados ni licenciaturas siquiera de filosofía ni de ninguna otra índole. Tampoco con credenciales de afiliación partidaria a ninguna de las estructuras “tradicionalmente” filiadas al comunismo como identidad. No se trata entonces de rigurosidades académicas ni de lealtades partidarias, sino de incitaciones teórico-políticas: leer a Lenin casi como una programática epocal, que implique el desafío de elaborar archivos, de combatir tanto la nostalgia como el culto al presentismo, de no dejar ir a los fantasmas, para poder –como insistía el propio Lenin–, seguir soñando, pero a condición de creer en nuestros sueños.
*Escritor, militante. Director del Instituto Plebeyo. Miembro del Colectivo La luna con gatillo. Colaborador de Revista Resistencias.