La democracia en cuestión: la larga marcha hacia la emancipación, publicado recientemente por el Instituto Generosa Frattasi en la editorial Indómita Luz, se presenta este martes 5 de diciembre a las 19 horas, en Caburé Libros (México 620, San Telmo- CABA) junto a Eduardo Rinesi, quien conversará junto al autor. 

Democracia y nueva hegemonía popular

Si tomamos algunas de las enseñanzas gramscianas para pensar los problemas fundamentales que nos aquejan, podemos afirmar sin vacilación que no habrá proyecto de país, al menos construido desde abajo, sin conquista de una voluntad colectiva nacional- popular, y que ésta no es posible de ser gestada si permanece, por un lado, la escisión entre intelectuales y pueblo, y por otro, la persistencia de los movimientos populares en su momento económico-corporativo de la lucha (sin construcción de hegemonía, es decir, sin pasaje al momento ético-político). 

Resulta difícil pensar siquiera en las posibilidades de efectuar una democracia sustantiva si esta escisión no es suturada. Frente al economicismo corporativista y el tecnicismo estatalista, la teoría revolucionaria (a diferencia de la parcializada perspectiva academicista) precisa desarrollar su práctica específica, sí, pero siempre en la búsqueda por contribuir al anudamiento de economía y política, de lo conceptual con lo pragmático, de lo estructural con lo coyuntural, de lo histórico con lo actual, de lo situado con lo universal. Porque al fin y al cabo, el economicismo del movimiento social y el reformismo de la política estatalista no son más que dos caras de una misma moneda: aquella que subestima –cuando no descarta desde el vamos– la batalla de ideas, la disputa anímica, la indagación por las maneras en que se configura el sentido común en cada época. 

Estas tendencias –economicistas/ estatalistas–, que son en el fondo perspectivas que carecen de vocación hegemónica, no pueden sino obstaculizar las posibilidades de profundización de las tendencias hacia la autonomía popular y de ampliación de los márgenes de libertad de las clases oprimidas y explotadas, sin las cuales es difícil imaginar cualquier proceso de desborde de la democracia liberal-representativa por dinámicas de democracia sustantiva, que realicen una apuesta estratégica por disolver las asimetrías que producen las divisiones fundamentales de nuestras sociedades (de género; etarias; de clase… y entre gobernantes y gobernados). De allí que no puedan ser relegadas al plano de las utopías aquellas perspectivas de largo plazo (en el proceso de transformación) ligadas a la búsqueda (incesante, permanente) por subvertir las relaciones económicas y sociales sustentadas en las diferencias que marcan el antagonismo fundamental de nuestras sociedades (propietarios y no propietarios de los medios de producción), pero también –o edificados sobre ellas– entre quienes mandan y quienes obedecen, y entre “sabios” e “ignorantes”. 

Obviamente, no se trata solamente de una “cuestión ideológica”, de conciencia revolucionaria frente a una conciencia enajenada por la vida en el capitalismo, sino de gestar las dinámicas –los dispositivos– a partir de los cuales se pueda indagar –singular y colectivamente– en aquellos elementos de rebelión que habitan en nosotros, de disconformidad y desafío frente al mundo tal como está constituido. Se trata de “perder la fe”, de “deshacer la fe que se me pide que tenga en una creación que considero injusta”, según comentó alguna vez Cristian Ferrer en una charla en Venado Tuerto, en la Facultad Libre. Porque es esa operación de rechazo a la existencia que me presentan como deseable la que permite indagar en los anhelos de otros modos de vida que no caen del cielo, ni de las letras de un libro, sino de la combinación de ese momento de indignación (como decía el Che) frente a las injusticias que vivo y viven mis semejantes (incluso aquellos que siento más lejanos), y esa confianza de que aquello que experimento como diferente en determinados ámbitos y dinámicas existenciales (desde los más “íntimos” de amor y de amistad hasta los más “públicos” de compañerismo y camaradería en las luchas y procesos de organización sindical, política y cultural) son susceptibles de ser masificados, expandidos al conjunto de la sociedad. 

Esa perspectiva, que más contemporáneamente y de la mano del analista, pensador y militante francés Félix Guattari podríamos denominar como “análisis militante del inconsciente” –intervención en el “frente de luchas del deseo”– que se complementa con el “frente de lucha de clases”, de interés consciente en su triple dimensión leninista económica, política e ideológica, tranquilamente puede ser pensada en términos similares a los que Gramsci planteó cuando afirmó que era partiendo de los “núcleos de buen sentido” popular que el “príncipe moderno” (el partido, ese “intelectual colectivo” que tiene como misión dirigir la “reforma intelectual y moral”) puede expresar a las grandes masas, en ese movimiento recíproco a partir del cual la intelectualidad orgánica debe aprender a sentir aquello que comprende y las masas comprender lo que sienten, para así gestar un saber popular que integre a ambos, gestando una concepción de mundo capaz de parir un nuevo tipo humano (proceso de transformación colectiva que implica una mutación subjetiva y no una “toma de conciencia” como momento específico, o como introyección de un saber que le viene desde afuera). Es allí, entonces (en esa nueva dinámica existencial que puede parir la lucha revolucionaria), al fin y al cabo, que puede verse expresada la “reforma intelectual y moral” de la que hablaba Gramsci, en tanto conciencia popular liberada de los pensamientos del orden anterior, transformación cultural de masas que sin embargo no desecha todas las experiencias anteriores, sino que se reapropia y recrea todas aquellas conquistas civilizatorias que la burguesía ha traído al mundo.

Es por lo tanto una apuesta civilizatoria que implica dimensiones del pensar, del sentir y del producir material la que trae consigo esta concepción gramsciana de la hegemonía, a partir de la cual es posible pensar en la profundización de vectores de democratización que permitan a la gran masa de productores de la sociedad, constituir una voluntad común, con una orientación política y de ideas ya no sólo que permita colmar las necesidades elementales, sino participar activamente en la construcción social de aquello que se entiende como necesidad y como deseo. Tarea de transformación que requiere tanto de grandes masas participando de las luchas y de la conquista de un pensamiento propio, como de una intelectualidad que contribuya a gestar desde su lucha en el campo de la teoría –en relación con el resto de luchas emancipatorias– los conceptos más eficaces para ejercitar la crítica a lo dado y rudimentos fundamentales de otro modo de entender el vínculo entre las personas y de la humanidad con la tierra y las demás especies no humanas, diferente al modo en que lo hacen las clases propietarias, guiadas por una concepción de mundo regida por la lógica ciega de la acumulación por la acumulación. 

En este sentido, entiendo que las tareas teóricas y prácticas para el porvenir de una democracia sustantiva que pueda sobrepasar los límites que la concepción procedimental de la democracia liberal impone, cobran una mayor claridad a la luz de los aportes gramscianos, que contribuyen a tramar una agenda de trabajo en el camino de quebrantar tanto el anti-intelectualismo pragmatista como el reformismo estatalista y el teoricismo academicista. Al fin y al cabo, recuperar la autoestima, la audacia y, por qué no, la posibilidad de hacer una conjunción entre aquella disyunción histórica entre libros y alpargatas sea lo que seguramente pueda ayudarnos a romper este horizonte epocal de era del realismo capitalista, donde parece que resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo.