|Por David Pike

La puesta en escena de la maldita bonaerense frente a la residencia presidencial portando armas se inscribe en un escenario donde la derecha en el ámbito nacional, con una fuerte carga simbólica, gana la calle y en el escenario regional lo que no consigue por las urnas, lo propicia mediante golpes institucionales, en algunos casos con un papel importante de las policías. En este contexto, que la policía rodee la quinta de Olivos armados, ya no es simbólico sino una acción desestabilizante.

Bajo el paraguas de convocatorias ciudadanas, las manifestaciones anticuarentena mostraron un profundo odio reaccionario con un fuerte sentido común de derecha. A ellas le siguieron las manifestaciones contra la reforma judicial, la cual dejó la desafiante imagen de un grupo de personas intentando ingresar por la fuerza al Congreso, símbolo de la democracia. Mientras tanto, el ex presidente Duhalde habló de un posible golpe de Estado, la bonaerense está fuertemente sospechada en el caso de la desaparición forzada de Facundo Astudillo Castro y el Ejército reivindica nuevamente el Operativo Independencia, ensayo de lo que luego sería el accionar genocida en la última dictadura militar. Por las dudas, si alguien no entendió el mensaje, ayer mismo por la mañana una bomba molotov fue arrojada a la Quinta de Olivos. En este contexto nacional, aparecen las protestas policiales.

El avance de la derecha en la región se produce por un agotamiento del ciclo progresista canalizado en las urnas o propiciado mediante golpes institucionales. En Ecuador, este mes se cumplirán diez años del intento golpista por parte de la policía local que sublevada llegó a detener al por entonces presidente Rafael Correa, el cual sería finalmente rescatado por el ejército y pudo terminar su mandato. En Bolivia, en noviembre del año pasado las protestas policiales jugaron un papel fundamental en el golpe de Estado de Añez. Hace apenas dos días,  Rafael Correa y Evo Morales fueron proscritos por la justicia y no podrán participar en las elecciones venideras de sus países. En este contexto regional, aparece la protesta policial.

En este escenario, alguien le dio mecha a la pradera, a sabiendas que la crisis social podría ser un gran propagador, el presidente cedió y todo indica que apagará el fuego. Previo a esto, los referentes políticos partidarios de la oposición dialoguista criticaron la protesta en Olivos.  Los organismos de derechos humanos y la CGT le dieron su respaldo al gobernador y el presidente. Las CTA y los movimientos populares de la UTEP se mostraron dispuestos a recuperar la calle, que en el apoyo a las medidas de aislamiento dejaron de ocupar. Alberto prefirió no confrontar.

La derecha aprovecha el contexto de cuarentena y pandemia para protestar y encuentra base social. Los medios hegemónicos formadores de opinión multiplican las acciones y el clima social se enrarece. La protesta policial, escala la confrontación, pasando de escenarios simbólicos a acciones desestabilizadoras. Hay una pelea que no es de corto plazo, pero hay una imperiosa necesidad de poner un freno y recuperar, cuando la pandemia lo permita, aquello que se ha dejado de ocupar, la calle.