El 26 de junio del 2002 quedó marcado como un día de lucha y resistencia. Aquel día, Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, de 21 y 22 años, fueron asesinados por la policía bonaerense en la estación ferroviaria de Avellaneda, que hoy lleva sus nombres. A 19 años de aquella masacre, entrevistamos al escritor y militante popular Mariano Pacheco, compañero de Dario y su biógrafo.

Desde su formación y recorrido militante, Mariano cuenta sobre el trabajo y compromiso de Darío Santillan, sobre el significado de la “Masacre de Avellaneda” y su relación con la experiencia de las y los trabajadores de la economía popular. “Yo no tengo dudas de que en un momento como el actual, Darío Santillán estaría siendo parte de la experiencia de la UTEP, que es el sindicato del precariado, donde confluyen la mayoría de las organizaciones y las militancias que peleamos en los años ‘90. Eso tiene que ver con una lectura contrafáctica que hoy no es posible hacer, pero sí uno puede ver cuáles son las decisiones políticas que tomó Darío”, aventura el escritor.

Mariano Pacheco es militante del Movimiento Evita y director del Instituto Fratassi, autor junto a otros de la biografía “Darío Santillán: el militante que puso el cuerpo” y otros clásicos de la militancia de los movimientos populares como “De Cutral-Co al Puente Pueyrredón” y el más reciente “Desde abajo y a la izquierda”, entre otros cuantos títulos. “El 26 de junio del 2002 marca el cierre del ciclo de luchas abiertas a mediados de los ‘90 (...) frenó el nivel de radicalidad ascendente del movimiento popular y, a la vez, la posibilidad de una salida abiertamente represiva a ese proceso ascendente de luchas populares”, analiza.

El escritor recupera los nombres de Darío y Maxi y remarca el sentido de mantener vivo su recuerdo, “no se trata tanto de un hecho nostálgico ni de una reivindicación de efemérides, sino que volver sobre nuestros muertos es buscar redimir sus asesinatos en luchas actuales que puedan viabilizar aquellos sueños y aquellas peleas por las que dieron su vida”.  

¿Cómo definirías a Darío como militante y cómo fue su trayectoria?

A Darío se lo conoce por su experiencia en el Movimiento de Trabajadores Desocupados, que son experiencias del año 2000, 2001. Participa del 20 de diciembre, como todos los jóvenes de aquella época que estábamos en la militancia en Capital y conurbano, que fuimos a tirar piedras a Plaza de Mayo, a enfrentar a la policía y a defender a las Madres que habían sido avasalladas en la Plaza. Hasta el 26 de junio del 2002 fue la etapa piquetera de Darío Santillán, eso es lo que más se conoce.

Yo tuve la oportunidad de compartir con él una militancia previa, en el año ‘98 y ‘99, en el marco de una experiencia, que a mi me encontró desde el ‘96, siendo parte de una agrupación que se llamaba 11 de Julio, que estaba en los colegios secundarios de Quilmes y de San Francisco Solano. Pude compartir con él no solamente la experiencia piquetera, sino la experiencia previa, que fue mucho más intensa y muy formativa para los jóvenes que llegamos a la política a partir de las experiencias del zapatismo en México en el ‘94 y de las puebladas en el año ‘96 en Argentina. Así que serían esos dos grandes momentos en la militancia de Darío, del ‘98 al 2000 y del 2000 al 2002: una experiencia más juvenil y una más piquetera, aunque muy entrelazadas entre sí.

¿Cómo fue esa experiencia más juvenil de Darío?

Comienza la militancia en el ‘98, ligado a los colegios secundarios y, luego, a una experiencia política que era de la que formábamos parte las personas que nos vinculamos con Darío en ese entonces, el movimiento La Patria Vencerá, que era una organización de cuadros del nacionalismo revolucionario. Para nosotros fue muy importante todo lo que tuvo que ver con la recuperación de la experiencia de los ‘70, que, a diferencia de lo que sucede hoy, donde hay un largo recorrido de movimientos populares, para nosotros era la experiencia más inmediata que teníamos atrás.

Darío era un pibe con muchas inquietudes canalizadas a través de fanzines, de radios abiertas, de murales, de actividades que tenían que ver con lo que hacía la juventud que empezaba a tener actividad política y cultural en esos años, y, fundamentalmente, ámbitos de discusión. Eso fue muy importante, la posibilidad de tener lecturas, discusiones con compañeros que venían de los años ‘70 y también un ámbito de debate en torno a las tareas políticas que los jóvenes entendíamos que teníamos que darnos en ese momento.

¿Cómo era el contexto previo a la Masacre de Avellaneda? ¿Había indicios de que podía gestarse algo así?

Si. Toda la experiencia del movimiento piquetero del año 2000, 2001 y el primer semestre del 2002 está marcada por un clima ascendente de luchas populares cada vez más radicalizadas y un fuerte clima de represión. No olvidemos que el 19 y 20 de diciembre de 2001 dejan un saldo de más de 30 muertos, y que también tenemos una larga trayectoria como movimientos populares, por lo menos desde el ‘96 con Cutral Có en adelante, donde también hubo represiones y asesinados en protestas sociales.

Después de diciembre del 2001, todos esos meses fueron muchos más intensos, surgieron las asambleas, las fábricas recuperadas, había un movimiento popular que se expandía y que radicalizaba su propuesta de enfrentamiento con el régimen y eso hacía que el régimen tuviera políticas mucho más represivas. Fue un contexto de meses, en febrero la muerte de Javier Barrionuevo de la Aníbal Verón en Esteban Echeverría, los aprietes y amenazas a los asambleístas y toda una especie de represión de baja intensidad, que fue generando un clima ante el cual nosotros llegamos a junio del 2002 ya preparados para posibles enfrentamientos abiertos con las fuerzas represivas, que es algo que estaba en el imaginario de la militancia. Vuelvo a reiterar, la experiencia del zapatismo en México, todas las experiencias internacionales también que habían sobrevivido, como la FARC en Colombia.

Todos esos procesos sirvieron a los medios hegemónicos de comunicación para decir que el movimiento piquetero estaba financiado por grupos terroristas internacionales. No hubo nada de eso, pero sí una inspiración y un camino de lucha que era de acción directa, no de lucha armada como quizás en Colombia, pero sí de luchas callejeras como se vivían en Bolivia o Ecuador, organizadas por movimientos populares muy pujantes que tenían mucha masividad, pero también mucha capacidad de confrontación con el poder político, económico y mediático de entonces.

¿Qué relación encontras entre el movimiento piquetero de esos años y la economía popular que se desarrolla hoy en día?

Hay algo que cambia en los años ‘80 y se intensifica en los ‘90, que es la cuestión del territorio. Así como en el peronismo se hablaba de una columna vertebral del movimiento nacional para hablar del movimiento obrero, o en las izquierdas se hablaba de la clase trabajadora como el sujeto fundamental de los procesos de cambio, a partir de los años ‘80 lo que acontece es que el territorio cobra centralidad en las luchas populares. Y de la mano del territorio vienen todas las prácticas comunitarias que se pueden ver en tomas de tierras, en la conformación de los primeros comedores y merenderos y también en las experiencia de autogestión, incluso de formación de cooperativas, que yo entiendo que hoy, todo eso retoma, resignifica y también potencia la experiencia de la economía popular.

Yo no tengo dudas de que en un momento como el actual, Darío Santillán estaría siendo parte de la experiencia de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular, que es el sindicato del precariado, donde confluyen la mayoría de las organizaciones y las militancias que peleamos en los años ‘90. Eso tiene que ver con una lectura contrafáctica que hoy no es posible hacer, dónde estaría Darío, pero sí uno puede ver cuáles son las decisiones políticas que tomó Darío, y definió el territorio como lugar central de organización, la experiencia de movimientos de masas y una experiencia política muy ligada a la construcción de base. Y todo eso hoy se puede ver reflejado en muchas organizaciones, pero, principalmente, en las que confluyen en UTEP.

Entonces, me parece que ahí hay una relación directa, a lo que hay que sumar también el protagonismo de las mujeres de nuestro pueblo, no sólo con las luchas feministas, que ya tenían una larga historia, sino que con el movimiento piquetero empieza un protagonismo de las mujeres de pueblo, esas mujeres de a pie que organizaban las ollas, que se ponían al frente para hablar en un asamblea y que hoy, de algún modo, se expresan también en la experiencia de la economía popular, que es arrolladora.

¿Qué impacto crees que tuvo el 26 de junio del 2002 en la organización popular posterior?

Lo que pasó en junio del 2002 marca un antes y un después, no sólo por el asesinato de dos compañeros, porque desde el ‘96 en adelante hubo varias personas asesinadas en protestas sociales, Anibal Verón, Teresa Rodríguez, una variedad de nombres que expresan las luchas de las distintas provincias de este país, pero, a diferencia de aquellas, frenó el nivel de radicalidad ascendente del movimiento popular y, a la vez, la posibilidad de una salida abiertamente represiva a ese proceso ascendente de luchas populares. Por eso, para mí, el 26 de junio del 2002 marca el cierre del ciclo de luchas abiertas a mediados de los ‘90.

Hoy creo que es difícil pensar la realidad política porque no hay ni un movimiento popular con esas características de radicalización de lucha, ni tampoco las respuestas estatales son tan abiertamente represivas como se mostraron en aquellos años. Con sus pro y sus contras, las experiencias de hoy son mucho más masivas, están mucho más extendidas a nivel territorial y tienen otras mediaciones que hacen que la experiencia de los movimientos populares tenga mucha más inserción en el sistema político argentino, la discusión en los medios de comunicación y en las universidades. Cosas que en los años ‘90, por el momento embrionario del desarrollo de las luchas que estaban recomponiendo fuerzas luego de la última gran derrota popular de los movimientos de cambio con los años ‘70 y la última dictadura, no podían darse por propias características de la época, y surgieron así, silvestres, desde abajo, con pocas herramientas políticas, con una militancia joven y con poca herencia de las militancias anteriores, en un momento de mucha dispersión. Eso llevó a que los movimientos tomaran posiciones de mucha radicalización.

Creo que después del 26 de junio del 2002 eso cambia, y en un sentido también cambia porque el movimiento popular hace un aprendizaje y se da cuenta de que para enfrentar a las clases dominantes no alcanza con la radicalidad de algunos grupos, sino que se necesita un nivel de masividad, de extensión territorial y de cualificación de la fuerza popular que no pasa solamente por el enfrentamiento abierto en las calles, sino por un conjunto de elementos que hacen que una estrategia de poder popular pueda ser viable, eficaz. Si eso sucede en un futuro, volverá a haber niveles de enfrentamiento abierto con las clases dominantes, y eso seguramente nos encontrará en otras condiciones de mucha más fortaleza, entre otras cosas porque tuvimos esa experiencia de lucha de los años ‘90 hasta el 26 de junio del 2002.

¿Cómo recordas y reivindicas hoy a Darío y al trabajo militante de aquella época?

A mi me gusta siempre citar una frase de un filósofo alemán que tal vez no es tan conocido es las militancias populares, pero que me parece que dio en la tecla con algo fundamental para que podamos pensar desde las militancias. Es una frase de Walter Benjamin que dice que las generaciones tienen que entretejer un secreto compromiso de encuentro. No se trata tanto de un hecho nostálgico ni de una reivindicación de efemérides, sino que volver sobre nuestros muertos es buscar redimir sus asesinatos en luchas actuales que puedan viabilizar aquellos sueños y aquellas peleas por las que dieron su vida.

Entonces, para mi, hoy, lo fundamental de Darío y Maxi en el 2021 es rescatar esa vocación de construcción popular, de formación de cuadros, de elaboración de estrategias de poder popular que confluyan iniciativas territoriales, culturales, políticas para poder seguir construyendo lo que necesitamos construir en este momento, en el contexto que nos toca vivir a nosotros hoy, que seguimos con aquellas peleas y a las que se suman también las nuevas generaciones con sus nuevas formas, demandas, sus nuevas concepciones, y todo eso tiene que poder dialogar, discutir y poder sacar una línea de trabajo para adelante. Y es ahí donde cobra sentido la reivindicación de nuestros muertos, no en la efeméride, no en la nostalgia, no en el hecho de quedarse en lo que sucedió veinte años atrás.