Por Leonardo Marcote

“Tenemos que ser miles para entrar a la casa de gobierno”, les dijo Azucena Villaflor de De Vicenti a sus compañeras para alentarlas y explicarles que la búsqueda de sus hijos, de manera individual, iba a ser más difícil. Era necesario organizarse y empezar a moverse en grupos. Todas compartían el mismo dolor.

Hasta ese momento cada madre recorría en soledad ministerios, iglesias, comisarias. Nadie les daba información sobre el destino de sus hijxs. Gran parte de la iglesia, cómplice de la dictadura militar, les daba vuelta la cara.

Ya había pasado un año del golpe de Estado y la dictadura había secuestrado y desaparecido a más de 15.0000 personas. Bajo ese clima de miedo y desesperación,  las madres comenzaron a juntarse en la Plaza de Mayo.

El sábado 30 de abril de 1977 catorce madres se reunieron en la plaza. El día elegido no hizo visible el reclamo como ellas querían. La plaza estaba casi desierta.

Las madres querían llamar la atención, querían ser visibles, querían gritar, contar lo que les estaba ocurriendo. Es por eso que se dieron cuenta que, para denunciar y exigir información sobre el destino de sus hijos, tenían que ir un día hábil a la plaza. Se pensó en un viernes pero rápidamente una desecho la posibilidad argumentando que, ese día, era “noche de brujas”. Finalmente el día elegido fue el jueves. Las madres comenzaban a escribir una de las historias de resistencia más importantes de América Latina.

“Caminen, circulen, no se pueden quedar acá”, les ordenaban los militares. Y las madres comenzaron a circular alrededor de la Pirámide de Mayo. Aquella que fue construida en 1811 para celebrar el primer aniversario de la Revolución de Mayo. Esta vez las madres comenzaban su propia revolución.

Decidieron hacerla de manera pacífica. El mundo se empezó a enterar de los secuestros y desapariciones, gracias a la lucha de las madres que comenzaron a circular alrededor de la pirámide en sentido contrario a la agujas del reloj, cómo rebelándose contra cada minuto sin sus hijos.

El primer objetivo y el más urgente era obtener respuestas sobre el destino de sus hijos. Pero también que todo el país se entere que había desaparecidos y que ellas, los estaban buscando. La Plaza de Mayo las saco del anonimato, visibilizo el reclamo y las hizo conocidas en todo el mundo.

“Las locas”, cómo las llamaban los militares, aún hoy siguen circulando en la plaza. Siempre, en sentido contrario a las agujas del reloj.